Interludio (Parte I): Toshio Takeuchi

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"La condición esencial de la felicidad del ser humano es el trabajo"

—León Tolstoi


De entre todos los 17 veranos que había vivido, Toshio Takeuchi no recordaba uno tan caluroso como ese.

Los días más calurosos sólo podían indicar una cosa: la mejor cosecha de arroz del año se acercaba. El arroz crecía y se cosechaba todo el año, pero la cosecha de esos días era considerada la de mejor calidad debido a que la tierra era más fértil y la humedad del ambiente ayudaban a producir un mejor grano.

Tenía cargada a la espalda una gran canasta de caña que, con cada paso que daba, la parte inferior le raspaba los gemelos de las piernas. Llevaba puesto un pantalón de yute color paja amarrado a la cadera con una suerte de cinto del mismo material, unas sandalias de madera con un cordón de paja que las unía a sus pies y un pañuelo blanco amarrado a la cabeza que pretendía protegerlo del calor. El pañuelo no cumplía su propósito, pero lo ayudaba a retener el sudor para que no le corriera por toda la cara.

El intenso sol de verano le golpeaba el pecho desnudo. Su padre había insistido que usara una camisa, pero para Takeuchi eso implicaba muchas molestias. Cuando comenzó a sentir escozor en todo su torso, sonrió. Sentir el esfuerzo del trabajo y las labores siempre lo ponían contento, era como si su aportación a la comunidad se le imprimiera en el cuerpo como tatuajes que llevaba con orgullo.

Aunque, si tenía que ser honesto, recoger madera del bosque no era su actividad favorita.

Siempre había preferido la agricultura. Sembrar con cuidado, esperar pacientemente que la planta de arroz creciera y cosechar los resultados eran labores simples, sistemáticas, casi mecánicas que Takeuchi hacía con gusto. Plantar y cosechar arroz era fácil y el proceso no cambiaba nunca.

En cambio, talar madera era más trabajoso. No solo se podía talar así como así: había que ir a la parte del bosque con los árboles más viejos, examinarlos para ver si su madera ardería bien y, por último, cortarlos. Pero no solo debía cortarlos, también debía ser consciente acerca de dónde caería el árbol y evitar algún riesgo. Tantas reglas, condiciones y especificidades lo mareaban.

Sin embargo, ahí se encontraba, con su canasta colgada a la espalda, dirigiéndose a una de las partes más profundas del bosque en busca de madera para el pueblo. Si bien prefería vigilar el arroz, lo cierto era que, hasta el tiempo de cosecha, no había mucho que hacer en los campos.

Aunque eso no significaba que el trabajo se detuviera porque siempre había algo que hacer en el pueblo.

"Y si no era venir a buscar madera, era vigilar a los animales". Si había algo que Takeuchi odiaba más que talar madera, era la ganadería. Si se lo hubieran ordenado, igual hubiera cuidado con gusto de unas cuantas vacas y cerdos, pero le dieron a escoger y eligió la tarea más agradable de las dos.

A su paso alcanzó a recolectar unas cuantas ramas y pedazos de tronco secos. Todos iban a parar a su canasta que aún no se sentía lo suficientemente pesada como para que Takeuchi se convenciera de que estaba haciendo un buen trabajo.

Sintió un mosquito parado sobre uno de sus pectorales y se apresuró en aplastarlo con la mano. El golpe mató al insecto, pero también dejó un ardor en la zona y una marca blanca con la forma de su mano sobre la piel roja que estaba siendo directamente afectada por el sol.

Siguió recogiendo palitos, ramas y troncos del suelo durante un buen rato, hasta que los árboles verdes y de troncos cafés comenzaron a desaparecer para darle paso a árboles más grandes, con raíces que salían del suelo, troncos grises y coronados con ramas secas. Había llegado.

El bosque seguía siendo el mismo, sin embargo, esa zona tenía un ambiente distinto. Ahí, los sonidos de la naturaleza aumentaban y la luz del sol caía con más fuerza ya que no había ramas con hojas que impidieran su caída al suelo. En ese lugar de árboles viejos, parecía como si el bosque estuviera a punto de morir.

Inmediatamente pensó en su abuelo.

Desde hacía ya dos años que no podía realizar labores de trabajo por la gota y artritis, así que se la pasaba acostado en el tatami o sentado en su mecedora, mirando pasar la vida en el pueblo. A veces, para distraerse, jugaba shogi con Takeuchi y, aunque él no comprendía para nada las reglas del juego, a su abuelo le hacía feliz tener alguien con quién jugar y distraerse de sus dolores en los huesos.

Takeuchi era como uno de los árboles que había visto antes: joven, vigoroso, fuerte y lleno de vida. Su abuelo era como los árboles que tenía enfrente: decaído, arrugado y con raíces que lo aprisionaban en un solo sitio, esperando a que su vida terminara; pero los árboles viejos eran los que estaban más al centro del bosque, en el sitio donde mejor se sentía el espíritu de la naturaleza, en un lugar donde podían estar en calma, plenos y sin que nadie los molestara. ¿Al llegar a viejo uno alcanzaba esa plenitud y sabiduría? "Si estos árboles pudieran hablar, contarían más historias y secretos que los árboles jóvenes, eso es seguro".

De inmediato, un pensamiento le cruzó la cabeza: "Así como estos árboles, el abuelo ha vivido toda una vida, es más sabio que todos y, aunque esté enfermo, puede que se sienta pleno. Ahora él está en el centro del bosque" Pensar eso lo hizo sonreír. Takeuchi esperaba tener una vida larga y llena de trabajo como la tuvo su abuelo antes de caer enfermo.

Estuvo varios minutos tocando y examinando algunos de los árboles, evaluando de cuál saldría mejor madera. Se decidió por uno con el tronco torcido del cual salían ramas gruesas y pesadas que, en algunas partes, tocaban el suelo.

Se quitó la canasta de caña y sacó su hacha para talar. Se subió al tronco del árbol para cortar primero las ramas. Cuando estuvo sentado sobre una de ellas, reflexionó: "La vida de este árbol no terminará en vano, su madera será usada para calentarnos los hogares, al final, habrá hecho algo bueno por los demás". Si al llegar a viejo uno deja un legado que le sea de utilidad a los demás, entonces la vida era un ciclo que su abuelo había cumplido cabalmente.

Levantó su hacha y empezó a golpear las ramas. 

Máquina del TiempoWhere stories live. Discover now