IV. Fuga

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IV. Fuga


"La falta genera al deseo"

—Jacques Lacan


Sentía como las hierbas le rozaban la espalda, y la tierra le abrazaba las piernas. A veces, estar tumbado tanto rato le desesperaba. Había demasiada pasividad en la actividad de acostarse, sin embargo, esa noche era diferente. Percibía como todo su ser estaba siendo engullido por la oscuridad de la noche, el silencio del bosque, la tierra y hierba que tenía debajo suyo. La naturaleza se lo tragaba.

La sensación de que la noche nunca terminaría era una de las que Yamaguchi más atesoraba, incluso, le emocionaba el hecho de quedarse en el bosque para siempre. De esa manera conocería todos sus secretos, y en el bosque encontraría un sitio en el cual liberarse para poder ser él mismo.

Apenas sus padres se habían ido a dormir, Yamaguchi salió de su cuarto. Vestido solo con ropa interior y una camisa sin mangas, saltó la pequeña cerca de su casa usando un tablón que había clavado con anterioridad. Nadie lo había escuchado, incluso las gallinas lo ignoraron.

Ya estando fuera, la brisa de la noche le besó las mejillas salpicadas de pecas, y también le erizó la piel.

Siempre que se escapaba, experimentaba una sensación extraña de soledad. Pasadas las 9:00 pm, ya no había nadie fuera en el pueblo. Todas las luces estaban apagadas y, de no ser por las luminarias que de manera tenue recordaban que existía gente viviendo en Nakashozenji, Yamaguchi juraría que estaba solo en un pueblo fantasma. De alguna manera, pensar en eso lo hacía sentir emocionado. De esa manera podría vivir sólo, bajo sus propias reglas, fugarse al bosque y vivir ahí, encargarse del campo y de su propio bienestar, podría incluso andar desnudo por todos lados y no le importaría a nadie.

La casa de Yamaguchi se encontraba encima de una pequeña colina. Nakashozenji se encontraba entre dos colinas, así que desde donde estaba se podía ver todo el pequeño poblado. Todas las casas tenían las luces apagadas.

Bajó la colina por el camino pavimentado a medias, al llegar abajo, cruzó varias casas y siguió adelante. Cruzó el pequeño puente que estaba encima a un canal que habían construido los campesinos para llevar agua a los campos de arroz.

Después de ese puente, se encontraba el tramo de carretera que de alguna manera conectaba el pueblo con el resto del mundo. Aunque decir "carretera" era excesivo, pues era más bien un camino pavimentado agrietado y lleno de baches; la naturaleza ya lo empezaba a reclamar pues, de entre las grietas, empezaban a crecer hierbas. El tramo se extendía 50 metros más y terminaba de manera abrupta. Después de eso no había más que hierba. Ahí terminaba el contacto de Nakashozenji con el resto de Japón.

La otra colina iniciaba al cruzar el tramo de camino, y de ahí, se extendía el bosque. Empezaba con arbustos y césped, luego se convertía en una multitud de árboles grandes y frondosos que daban la impresión de que se tragarían el pueblo en cualquier momento. Yamaguchi subió la pequeña colina, volteó hacia atrás y vio dormir al pueblo fantasma.

Se internó en el bosque, sin temor a la oscuridad.

Hacer esa travesura siempre le hacía sentir emoción, peligro y una excitación que ninguna otra cosa le hacía sentir. No tenía temor de nada pues conocía bien el bosque y todo aquello que vivía en él. Tampoco era probable para él perderse pues llevaba toda su vida explorando.

Caminó al menos 15 minutos, sin olvidarse del camino que había seguido. No veía nada, pero se iba tanteando con los árboles que iba topando. Al irse internando más y más, el oído se le agudizaba y el tacto se le hacía más sensible.

Dejó de caminar. Se despojó de la poca ropa que llevaba y la dejó tirada por ahí. Se recostó desnudo en el bosque, dejando que lo llenara por completo.

Era un ritual extraño, al menos así le pareció al principio. Después de todo, a cualquiera le parecería rara la decisión de escaparse de su casa, caminar entre la oscuridad del bosque y desnudarse dentro de él para recostarse a mirar las estrellas. Sin embargo, la sensación de intimidad que sentía en esos momentos era incomparable.

Había una libertad increíble en hacerlo, así que por eso no encontraba una razón para reprimirse. No estaba haciéndole daño a nadie, y nadie lo vería, así que todo estaba bien. Siempre y cuando volviera a casa antes del amanecer.

Se quedó tumbado, puso sus manos tras su cabeza y admiró el cielo que se extendía sobre él. Un manto sin fin de destellos. El silencio aún reinaba en el bosque, la oscuridad seguía ahí.

Empezó a explorarse el cuerpo. Definitivamente estaba volviéndose mayor. Palpó sus axilas para notar el vello que empezaba a crecer. Tocó su abdomen y pecho, se estaban definiendo poco a poco. Bajó aún más y tocó el vello púbico que estaba saliéndole. El pene también le estaba creciendo y la cabeza ya había asomado. De hecho, estaba teniendo una erección en ese momento, producto de todas las sensaciones y emociones.

Nadie lo estaba viendo, después de todo.

Aprovechó la ocasión para sujetar su pene y jugar con él, usando sus manos para acariciar la punta, palpar los testículos (que cada vez le colgaban más) y masturbarlo.

Yamaguchi no era la clase de joven que hacía esas cosas seguido, sin embargo, al llegar a los 13, empezó a sentir curiosidad por esa parte del cuerpo. Y, al darse cuenta de lo bien que se sentía tocarlo, usó la masturbación para relajarse y sobrellevar la pesada rutina de trabajo.

Jaló suavemente el tronco del pene una y otra vez. Podía sentir la piel de todo el cuerpo aún más sensible y los dedos de los pies se encajaban en la tierra, producto del placer que se estaba dando. Los espasmos que le llegaban se hacían más y más frecuentes. Los jadeos y gemidos también.

En la total oscuridad y silencio, lo único que existía eran los gemidos de placer de un adolescente que se masturbaba en un bosque.

Al hacerlo, no pensaba en nadie en particular, sólo en lo bien que se sentía, en la soledad del bosque, en el hecho de estar desnudo, en lo prohibido que era salir de casa por la noche, de la travesura que significaba masturbarse y que, en medio de todo el silencio, todo lo que se escuchaba era él haciendo cosas prohibidas.

Los gemidos se hacían más prominentes, más ruidosos y constantes. La espalda se arqueaba más y las piernas se le separaban mientras hacía movimientos hacia delante con la cadera, embistiendo su mano y a la nada. Más y más ansioso, más fuerte y más rápido, sacudía su pene con más y más violencia hasta que un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, desde la cabeza, hasta llegar al pene en donde le subió por la punta y todo el placer explotó ahí, soltando la eyaculación que tanto había buscado.

Saltaron cuatro hilos de semen, cada uno antecedido por un espasmo que hinchaba y al instante, deshinchaba su pene solo para repetir el proceso y dejar salir más semen. Cada emisión del líquido le ensució partes diferentes del cuerpo. La primera llegó hasta su cuello, la segunda manchó el pecho, la tercera el abdomen y la última murió en el vello púbico. Su mano también se ensució y al soltarse el miembro, los restos de su travesura mancharon también el tronco. Yamaguchi no veía que tan sucio había quedado, solo lo sentía.

Soltó toda la tensión que tenía puesta en el cuerpo y se dedicó a recuperar aire, respirando fuerte y forzado, jadeando para recuperar fuerzas.

Se quedó así, sucio y manchado de semen.

Después de unos minutos, llegó el pensamiento fatal de que, pese a lo bien que se sentía masturbarse, no era suficiente. Lo llenaba sólo por unos cuantos instantes, pero después, no había nada.

Entonces se sintió vacío. Completamente vacío.

Máquina del TiempoWhere stories live. Discover now