VII. El Campesino del overol sucio

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"Un viaje de mil millas comienza con un solo paso"

—Lao-Tse


Habían pasado tres horas desde que estaban varados y su padre aún no tenía una solución. Se encontraban en el mismo sitio donde el auto se detuvo después de dar el brinco que despertó a Kei de su sueño. Aún le dolía el cuello debido al impacto de su cabeza con el techo del coche.

Su madre había dado vueltas al vehículo durante horas. Se cansó y acercó una roca cerca de la orilla del camino, se sentó y desde ahí empezó a pedir un aventón a los autos que pasaban. El detalle era que no pasaba ninguno.

Su padre, por otro lado, abrió el capó del auto para ver qué había sucedido. Al hacerlo, todo el humo que estaba contenido dentro se escapó, formando una nube gris que engulló al hombre, haciéndolo toser de forma descontrolada. Se alejó y cayó de sentón al piso.

—Parece que se estropeó seriamente —dijo mientras tosía y reía. Kei a veces no entendía lo que pasaba por la cabeza de su padre. Cuando se disipó el humo, volvió a asomarse a ver el motor del automóvil. —Sí, se ve serio —confirmó, pero eso no resolvía el hecho de que estaban varados en medio de la nada.

Kei se había quedado en el asiento de atrás, pensando en lo maravilloso que sería tener alas para salir volando de ese lugar y volver a su hogar. Sin embargo, no las tenía y tendría que soportar hasta que hubiera un plan. Y hablando de eso...

—¿Qué plan tienes para salir de aquí? —preguntó a la nada, esperando que alguno de sus padres tomara la iniciativa y respondiera. Su padre lo hizo.

—Por ahora, revisa a ver si hay señal con tu teléfono, hay que llamar a la compañía de seguros —apenas lo dijo, Kei bajó del auto, sacó el móvil y lo apuntó hacia arriba cual antena receptora. No había señal.

Pensó en rendirse, pero sus ganas de salir de ahí eran mayores, así que se puso dar vueltas, explorando algún lugar en el cual hubiera cobertura. Estuvo en eso al menos una hora hasta que se rindió por completo. —No hay señal aquí, en ningún lugar. Ya lo intenté demasiado —le dijo a su padre, que ya estaba parado a un lado del camino, esperando por algún auto que les diera un aventón.

—De acuerdo, hijo. No hay problema. Veremos si alguno de los autos que pasan se detiene y nos llevan a algún lugar cercano para hacer la llamada.

Kei asintió, pero se negó a pedir aventón junto con ellos. Ya era lo suficientemente vergonzoso estar varados en el camino, además, en todo el rato que llevaban ahí, ningún auto había pasado. En verdad estaban en medio de la nada.

Se limitó a volver al auto y sentarse en el asiento del conductor. Miraba hacia el frente, la autopista Hokuriku aún continuaba más allá de donde ellos estaban varados. Estaba tan aburrido que jugó con el volante, imaginando que conducía el auto y sacaba a su familia de ese lugar al lado de la carretera.

El teléfono móvil se le descargó y, a partir de ahí, perdió la noción del tiempo. Solo podía guiarse con el sol, pero no de manera tan exacta. El tiempo que no pasaba jugando a ser conductor lo invertía memorizando el paisaje. No tenía nada de especial, pero no había nada mejor que hacer. El auto quedó varado en una porción de terracería al lado de la carretera. 10 metros al costado había una serie de postes dispuestos de forma separada y unidos con un cable de alambre de púas. No era tan alta, cualquiera podría saltarla o pasar por encima si se estiraba lo suficiente. Más allá de la valla no había nada, la terracería continuaba y unos pocos matorrales adornaban la vista. Nada especial.

Máquina del TiempoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang