VI. La familia del auto blanco

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"La casualidad nos da casi siempre lo que nunca se nos hubiere ocurrido pedir."

—Alphonse de Lamartine


El rocío de la mañana hizo que abriera los ojos. Lo primero que sintió fue un escalofrío que se extendió desde las plantas de sus pies hasta la punta del último cabello de su cabeza. Sin haberlo querido realmente, se había dormido desnudo en medio del bosque.

Se enderezó alarmado. Sintió la marca de las manchas que había dejado su travesura nocturna, pero no había nada de sustancia, se había secado. Al sentarse giró su cabeza a todas las direcciones, como si alguien hubiera sido testigo de su fuga.

No había nadie.

A juzgar por la posición del sol, era temprano, alrededor de las 7. Si se apresuraba, volvería a su habitación y no habría ninguna evidencia de lo que había hecho la noche anterior.

Se puso de pie y sacudió la tierra y las ramillas que se adhirieron a su piel durante la noche. Acto seguido volvió a ponerse su ropa y caminó de regreso al pueblo. En el camino de vuelta no pudo evitar observar lo hermoso que era el bosque al amanecer. Había un precioso contraste entre el suelo que aún se encontraba en la bruma matutina y las puntas de los pinos y árboles que empezaban a ser acariciados por los primeros rayos del sol. Se detuvo por unos instantes y se maravilló. Sería genial vivir en el bosque, sin preocupaciones ni sombras que atacaran su paz.

Al cabo de unos instantes, salió de su asombro y siguió caminando más aprisa.

Antes de salir del bosque, se fijó bien que el camino de regreso a su casa estuviera despejado. No sabría que inventar en caso de que alguien lo descubriera saliendo de entre los árboles. Echó un vistazo y no parecía haber nadie fuera de sus hogares.

Trotó de la forma más silenciosa que pudo y volvió sobre sus pasos de la noche anterior. Al estar frente de la cerca de su casa, la brincó usando otro tablón que había clavado para cuando regresaba de sus fugas nocturnas. Intentó en todo momento hacer el menor ruido posible. Entró al patio de su hogar y todo parecía estar en calma. Las gallinas estaban ocupadas comiendo como para prestarle atención, el hecho de que alguien más les hubiera dado de comer era signo de que ya era tarde.

Se apresuró a entrar a su cuarto y se desnudó, entrando a la ducha al instante. Sentir el agua caliente correr hizo que se relajara, solo hasta ese momento soltó un suspiro largo, producto de la adrenalina que había experimentado al regresar a casa. Entre tanta excitación había olvidado el terrible vacío que sintió después de masturbarse. "Ya no importa", se dijo mientras terminaba de bañarse. Posiblemente era una mentira, pero eso lo averiguaría más tarde.

Salió de la ducha y se vistió con la ropa de trabajo. Se apuró en salir y entrar en la casa, sus padres estaban terminando de desayunar, nadie parecía sospechar o saber nada sobre su travesura, todo estaría bien.

—Buenos días. —les dijo, todo había vuelto a la normalidad.

—Buen día, te levantas tarde, apúrate. —le dijo su padre con una mirada severa. Yamaguchi se limitó a asentir y se sentó a desayunar. —Ayer revisé el tractor del señor Takeuchi, tal y como me lo pediste. —decía mientras comía. —Ya está demasiado viejo...hablo del tractor, el señor Takeuchi también es viejo, pero no se ha descompuesto. —soltó una pequeña risita. —Me refiero a que no se puede reparar porque una pieza del motor es demasiado vieja, necesita una nueva.

—Entonces habrá que comprársela, es urgente que ese tractor esté en condiciones para la cosecha de arroz. —su padre parecía algo preocupado. —Pídele dinero. Hoy antes de hacer cualquier cosa iremos a la ciudad por una refacción, yo voy por la camioneta, hace mucho que no la usamos. —ordenó. En esa casa, su palabra era ley. Yamaguchi asintió a todas las indicaciones.

Máquina del TiempoWhere stories live. Discover now