XII. El Forastero

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"El enemigo es nuestra propia cuestión en figura y él

nos precipita al mismo fin que nosotros a él"

—Carl Schmitt


Habían atravesado la explanada del templo abandonado y estaba subiendo la escalera de adoquines que llevaba al santuario. Visto desde el pie de la escalera, el templo se veía imponente pues estaba elevado por las columnas de piedra, además, el estado de deterioro y abandono en el que estaba le otorgaba un aura misteriosa. "No es la clase de sitio que se ve en la ciudad" Kei pensó.

El camino hasta ahí lo había cansado, tenía que admitirlo. Sentía las pantorrillas y las plantas de los pies palpitando al ritmo de su corazón, agotados. Pero no le dejaría saber al campesino de su estado, se burlaría de él. También estaba harto del campesino.

Desde que había aceptado el "recorrido" no había dejado de irritarlo. Primero, al bajar la colina y enseñarle cómo respirar; después, los apodos irritantes; y, por último, las preguntas burlonas. Era más de lo que Kei estaba dispuesto a soportar.

Pero al ver el templo, casi se convencía de que había valido la pena.

Llegó hasta el final de la escalera y se encontró con el komainu del santuario que custodiaba la entrada al sitio y que estaba colocado al costado del último escalón; aullaba hacia el cielo.

Las paredes exteriores del templo denotaban el estado de abandono en el que se encontraba: la supuesta pintura roja estaba pálida y se estaba cayendo, dejando ver la madera podrida con la que estaba construido todo el templo. De igual forma, en el techo del lugar donde estaba parado había un hueco, posiblemente la madera se hubiera vencido hace ya mucho tiempo.

—¿Por qué no lo derrumban y ya? —ni siquiera sabía dónde estaba el campesino, pero esperaba que le respondiera.

—Porque no le hace daño a nadie estando aquí. —escuchó la voz detrás de él, estaba muy cerca. —Además, algunos ancianos de la aldea piensan que es mejor dejar que la naturaleza lo reclame porque si nosotros lo derrumbamos podríamos ofender a algunos espíritus del bosque.

¿Espíritus del bosque? Eso ya parecía sacado de una película. ¿En ese pueblo seguían creyendo en espíritus del bosque? Era curioso, ¿o sería que el campesino estaba jugando con él?

—¿Aquí creen en espíritus del bosque? —preguntó aun sabiendo que podía caer en una broma. Siguió caminando hacia el interior del templo, olía a humedad y encierro. Dio dos pasos hacia el interior, con cada paso la madera del suelo crujió y rechinó de forma escandalosa.

—Si yo fuera tú no entraría ahí, el suelo se puede caer por la humedad y lo podrido de la madera. —a juzgar por la distancia en la que escuchó la voz, el campesino debía estar parado en la entrada del templo.

Luego de escuchar el ruido que hizo la madera cuando dio el tercer paso, decidió hacer caso, aunque odiara que le dijeran que hacer. Dio media vuelta y salió con precaución. El campesino estaba parado en el último escalón de la escalera que llevaba al templo. Kei se apoyó en el barandal de madera que tenía el templo, desde ahí podía ver por completo la explanada y el torii.

—No respondiste la pregunta sobre los espíritus del bosque —dirigió su mirada al campesino.

El otro se quitó el sombrero de paja y lo sostuvo en su pecho con ambas manos. Se veía pensativo.

—Hm...algunos ancianos del pueblo si, creen que los kodama protegen el bosque y el pueblo, por eso los debemos respetar y honrar...

¿Kodama? En alguna clase de cultura japonesa se lo habían enseñado... "Vamos Kei, es cultura japonesa básica". De pronto, lo recordó. Los kodama eran antiguos espíritus de la naturaleza asociados a los bosques y árboles, se decía que, si alguien maltrataba el medio ambiente le faltaba el respeto a los kodama y, en consecuencia, caería la desgracia sobre él y su comunidad. En el antiguo Japón se les veneraba y se construían templos en los árboles para honrarlos. Según lo que decían en la escuela, había algunos lugares del país en donde aún creían en los kodama. Nunca hubiera esperado que el pueblo en el que estaban sería uno de ellos.

—¿Y tú crees en ellos? —saber eso le generaba genuina curiosidad.

El campesino subió el último escalón y fue a recargarse en el mismo barandal, a un lado de Kei. Estaba tan cerca como estaban en el manzano.

—No lo sé... —apoyo su codo en el barandal y su barbilla en la palma de su mano, mirando hacia el bosque que se cerraba más allá del torii. —Supongo que si... —no se escuchaba muy convencido, aunque parecía que estaba pensando bien la respuesta. "A lo mejor lo rompí con una pregunta tan extraña".

Pasaron varios instantes en silencio. Kei estaba a punto de romper el silencio y hacer una pregunta más simple, pero antes de hacerlo, el otro habló.

—Es decir, nunca he visto uno. Tampoco es que crea que existen... —siguió pensando por unos segundos. —Pero sí creo que el bosque es un lugar sagrado y debemos respetarlo, después de todo, estuvo aquí antes que nosotros...y también seguirá con vida cuando nosotros ya no estemos...

Eso que acababa de decir parecía casi poesía. Kei volteó a mirarlo y se dio cuenta que el otro seguía perdido mirando el bosque. Casi podía asegurar que sus ojos brillaban.

El campesino pareció darse cuenta de la mirada del otro y volteó.

—¿Pasa algo?

—N-no, nada. —inmediatamente rompió el contacto visual y se incorporó, caminando hacia las escaleras. —¿Regresamos ya? —preguntó antes de que el otro dijera algo.

—Está bien. De todos modos, ya debe ser hora de comer.

Bajaron las escaleras, uno detrás del otro.

Kei no sabía porque, pero ese brillo en los ojos del campesino hizo que sintiera una punzada en el pecho, ahí donde tenía el corazón. 

Máquina del TiempoWhere stories live. Discover now