VIII. Casa Llena

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"No sé tu nombre, sólo sé la mirada con que me lo dices"

—Mario Benedetti

Ya llevaban cerca de media hora en el camino, su padre lo había mandado a la parte de atrás de la camioneta para conocer a sus nuevos invitados. Parecía casi irreal el hecho de que ahora los citadinos que había visto estuvieran ahí, en su camioneta y de camino a su pueblo natal.

En la parte de adelante se había quedado el hombre rubio, ¿Hotaru? Y su padre. No se veía de qué, pero estaban conversando sobre algo. Por su parte, él miro a la mujer y al hijo de esos dos.

¿Cómo había dicho que se llamaba? No lo recordaba, pero desde que había bajado de la camioneta, no le quitó los ojos de encima. Los rasgos de ese joven de edad similar a la suya eran tan apasionantes, exóticos y curiosos. Nunca había visto a nadie así. Ya estando en camino intentó no mirarlo tanto. Sería incómodo tener alguien que te examina de cerca, además, debía ser amable y cortés con los huéspedes.

No pronunciaron ni una sola palabra hasta que llegaron al pueblo.

—Es aquí. No es muy grande, pero espero sea acogedor. —les dijo a las dos personas con las que compartía la parte trasera de la camioneta. Los baches en el tramo de carretera eran la señal de que habían llegado.

La camioneta subió la colina por el tramo de calle que llevaba a su casa. Se detuvo justo en frente.

—Ayuda a los Tsukishima a bajar sus cosas. Yo voy a acomodar la camioneta. —su padre dijo asomando la cabeza por la ventana del lado del conductor. —Yamaguchi brincó hacia abajo, tomó dos maletas y las puso en el suelo, luego le extendió una mano a Hikari. —¿Necesita ayuda para bajar? —la mujer sonrió y asintió, tomando su mano como apoyo para bajar también. —Qué amable, jovencito. —sonrió y tomó una maleta. Tadashi regresó para extenderle la mano al muchacho de cabello dorado. —¿Tú? —preguntó, temiendo que la voz le temblara.

El joven se paró y brincó tal y como él había hecho.

—No, gracias. —dijo, estoico. Tomó una maleta también.

La madre del muchacho pareció verlo con reproche. No importaba.

Tadashi tocó a la puerta de su casa. Su madre atendió y se sorprendió al ver más personas volver a comparación de las que se habían ido.

—¿Tadashi? ¿Qué pasó? —preguntó algo alarmada.

—Estas personas se quedaron varadas en el camino. Su auto se averió. Papá dijo que los trajéramos aquí para pasar la noche mientras hacen algunas llamadas y reparan el carro. —su madre se calmó un poco. —Está bien entonces, pensé que había pasado algo más grave. Pasen, pasen. —les hizo señas a los invitados para que entraran a la casa. Así lo hicieron.

Los dos huéspedes se sentaron en uno de los sillones de la sala. No era nada ostentosos, pero servían para sentarse. La madre de Tadashi empezó a hablar animosamente con la madre del otro joven cuyo nombre no recordaba.

Preguntaba sobre su situación, de dónde eran, hacia donde iban y sobre los detalles específicos de su desafortunado percance. Mientras ellas hablaban, el otro joven examinaba la casa, seguramente no era a lo que estaba acostumbrado. No sabía realmente cómo era la gente de la ciudad.

No pudo evitar mirarlo. Algo en él lo mantenía fijado. Era alto, lo había comprobado cuando los recogieron en la carretera. Le llevaría si acaso 10 centímetros de estatura. Usaba unas extrañas gafas gruesas color negro. Detrás había dos ojos dorados. Nunca había visto un color de ojos igual, hacían juego con su cabello, dorado y ambos rasgos resaltaban la piel blanca que tenía. Lo miraba como si estuviera por descifrar algo, algo oculto en el interior de ese joven. ¿Cuál era su nombre?

Pareciera que se había dado cuenta de lo mucho que lo miraba pues volvió la mirada al frente y la cruzó con la suya. Era la segunda vez que pasaba. Tadashi desvió y evitó el contacto, lo había descubierto. La reacción del otro fue de completa seriedad. No había nada en ese rostro que pudiera dar señales de incomodidad o desagrado, solo estaba ahí, serio. Tal vez ese era el enigma.

En eso, los padres de ambos entraron por la puerta de la casa.

—Parece que ya estás conociendo a nuestros invitados. —dijo su padre. —Se quedarán por aquí unos días en lo que arreglan su auto y puedan seguir su camino, vengo hablando con el señor Tsukishima sobre lo que hay que hacer por aquí y sitios que pueden ver en los alrededores.

—Creo que podemos aprovechar los días aquí para hacer cosas diferentes y visitar algunos sitios. —dijo el hombre rubio. —Será emocionante, ya lo verán. —se dirigía a su familia, la mujer se veía feliz, el joven seguía serio, solo asintió.

—Qué maravilla. Pero supongo que ahora habrá que hacer de cenar para todos. —su madre estaba feliz, rio un poco y la señora Tsukishima la secundó, parecía que se llevarían bien. —Yo le ayudo con lo que necesite. —la mujer dijo y su madre asintió.

—Mientras tanto, hay que irnos acomodando. Improvisaremos una cama con los sillones para los señores Tsukishima. Tú y el otro jovencito dormirán en el cobertizo, en tu habitación. —Tadashi asintió y volteó a ver al joven, las miradas se cruzaron otra vez. El otro tuvo la misma reacción, solo asintió. Era imposible leer su rostro. —Acompáñalo y ayúdalo a sentirse como en casa, Tadashi.

Ambas mujeres, junto a Hotaru prepararon la cena, un estofado sencillo, con verduras. Tadashi acompañó al joven al cobertizo. Dejó sus cosas ahí y luego volvió a la cocina, no cruzaron miradas ni una sola palabra en todo ese rato.

Terminada la cena, los adultos se quedaron charlando en la mesa. El joven rubio anunció que se iba a dormir, alegaba estar cansado. Se despidió de todos y salió al patio para entrar al cobertizo. Tadashi lo siguió después de 10 minutos.

Al entrar el cuarto, el joven ya se había acomodado en la colchoneta que habían puesto en el piso hacía un rato. Estaba acostado de lado y se había tapado con una frazada despintada. Solo alcanzaban a asomar los rulos dorados que ya estaban algo despeinados. Parecía estar dormido.

Tadashi se puso la ropa de dormir y se recostó en su cama. El espacio del cobertizo ya era reducido para él solo, así que la colchoneta del otro estaba pegada a la cama, solo que puesta en el piso. Yamaguchi se asomó un poco para verificar que el joven estuviera dormido, eso y aprovechar para mirarlo más. Durmiendo, su rostro tenía el mismo semblante que el de todo el día, serio, impoluto, sin ningún gesto que lo dejara leer o descifrar lo que había dentro de su cabeza.

—¿Cuál era tu nombre? —pensó en voz alta. La pregunta que tenía buena parte del día alrededor de su cabeza, salió por su boca. Esperaba que no lo hubiera escuchado y que de verdad tuviera el sueño pesado.

—Kei. —dijo el otro, adormilado y posiblemente molesto, lo segundo no lo sabía. Se giró para el otro lado, dándole la espalda a Tadashi.

Sintió un escalofrío y una vergüenza que no había sentido desde hacía mucho tiempo. El otro ya no se volvió a mover. Tadashi se durmió, pensando en lo raro que sería ver la casa llena por primera vez en mucho, mucho tiempo. 

Máquina del TiempoWhere stories live. Discover now