XIII. El primer día en la máquina del tiempo

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"Tienes que ser un tonto si pretendes detener la marcha del tiempo"

—Auguste Renoir


Volvieron a la casa de los Yamaguchi siguiendo el mismo camino por el cual habían llegado. Extrañamente, el camino de regreso había sido más tranquilo y sin tanta charla.

Para cuando volvieron a la casa, la señora Yamaguchi y la madre de Kei estaban sentadas en la cocina charlando, mientras en la estufa se cocinaba un estofado dentro de una olla de cerámica.

El campesino entró primero y colgó su sombrero en un clavo que se encontraba al lado de la puerta de la casa.

—Ya volví —avisó, aunque las dos personas en la cocina ya habían notado su presencia. Kei entró en silencio, intentando no hacerse notar.

—Kei —su madre llamó. —¿Diste un paseo por el pueblo?

—Ajá —asintió sin muchas ganas y fue a sentarse en la mesa.

—Dimos un paseo por los alrededores y le mostré el viejo templo —el otro se sentó a su lado y comenzó a relatar la breve travesía que habían hecho.

Su madre lo miro impactado.

—¿Es verdad, Kei? —no la estaba viendo, pero sabía que estaba sonriendo.

No lo aceptaría, pero se sentía incómodo y avergonzado. Intentó que su tono no lo delatara.

—Si. Está lindo —desvió la mirada, intentando parecer desinteresado.

—Te agradezco mucho, Tadashi-kun. A Kei le hace falta un poco de aire de vez en cuando —ambos intercambiaron risas. Tsukishima se sintió incómodo por ser el tema de conversación.

—¿Tú que hiciste en toda la mañana, mamá? —le preguntó, interrumpiendo su interacción con el campesino.

—Yo también tuve mi pequeño tour por el pueblo. La señora Yamaguchi me enseñó sus sembradíos de fresas y los establos, nunca había estado tan cerca de tantos animales —sonaba animada, al menos alguien estaba disfrutando su estadía en el pueblo. —La brisa en este lugar es tan acogedora y todo está tan calmado, tan en paz. Además, la señora Yamaguchi dice que hay muchos sitios por visitar cerca, tal vez podríamos quedarnos por el resto de nuestras vacaciones

"Ni siquiera lo pienses" No lo diría en voz alta pues apreciaba su vida, pero la idea de pasar otro día en ese sitio no era muy alentadora. Esperaba que su padre volviera y que, por alguna razón, se diera cuenta de que estar en ese sitio no era una buena idea.

—Te estás tomando muchas libertades. Aquí solo somos invitados —intentó sonar directo, tratando de no ofender a sus anfitriones.

—A-Ah...tal vez tengas razón, Kei. —su madre parecía avergonzada, había logrado su objetivo. —Es cierto que este sitio no es un lugar turístico...

La madre del campesino habló.

—No son ninguna molestia —su sonrisa era muy cálida y transmitía tranquilidad, aunque su voz sonaba firme, con autoridad. —Los forasteros son algo que se ve muy, muy pocas veces por aquí. Estamos felices de tenerlos por aquí —meditó por un segundo. —Aunque si les preocupa, tal vez podrían ayudarnos con algunas labores simples...

Kei abrió los ojos, impactado por lo mucho que todo se hacía cada vez peor.

La vergüenza de su madre se disipó en un instante. Volteó a ver a la señora Yamaguchi con sorpresa y alegría.

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