III. El primer día lejos de casa

257 41 3
                                    


"No hay más calma que la engendrada por la razón."

—Séneca


El primer día en Monomiyama fue fatal.

Llegaron al pie de la montaña a las 8:00 am. Kei había dormido sólo dos y media miserables horas. Lo despertó el frenón del automóvil y la sensación de que ya no se estaba moviendo. Abrió los ojos y enseguida sintió un dolor en el cuello, la mala pose en la que había estado era la culpable de la molestia.

Cuando pudo enderezarse y sentarse apropiadamente, salió del auto. Ya estando afuera sintió el viento fresco de la mañana. Estiró las piernas pues las sentía entumecidas y, mientras lo hacía, soltó un largo bostezo. Luego de terminar de despertar, fue a donde sus padres que ya estaban mirando los senderos que se extendían cuesta arriba, por la montaña.

Ya sabía lo que seguía, pero primero, volvieron a entrar al auto para estacionar y alojarse en una posada que estaba cerca del sitio. Habiendo hecho eso, volvieron al inicio del sendero y caminaron por él. Caminaron. Caminaron. Siguieron por un buen rato mientras sus padres tomaban fotos y él se fugaba mentalmente a su lugar feliz.

Cuando el sol estaba en su punto más alto, llegaron a un mirador. Era un llano que se encontraba al lado del camino y que estaba cercado por troncos que marcaban el límite entre ese sitio y una caída cuesta abajo por la montaña.

La vista desde ahí era impresionante. Apoyándose en la cerca de troncos lo primero que sintió fue el golpe del aire y la ventisca que venía desde quién sabe dónde; la gran corriente de aire le espantó y activó un reflejo de ahogo que controló instantes después. Desde ahí podía verse un montón de cerezos, pinos y árboles en pleno florecimiento; era verdaderamente una danza de colores que inundaba la vista. También se alcanzaban a ver los senderos que reptaban por las montañas y algunas de las personas que subían por ellos, eran pequeñas hormigas que le daban al paisaje un extraño contraste: por un lado, la pintoresca naturaleza, que parecía virgen, sin conquistar y, por otro, la necesidad primitiva del hombre por obtener y controlar todo lo que podía.

Había pocos momentos en los que apreciaba estos viajes con su familia, este era uno de ellos. "Ojalá hubiera sitios tan tranquilos como este", pensó. Sus padres se acercaron a él, habían observado desde otro punto del mirador el paisaje.

—Kei, es hora de seguir subiendo. —le dijo su madre cuando se acercó lo suficiente.

—Ya sé. ¿De verdad tenemos que? —No lo admitiría, pero la vista desde ahí lo hacía sentir cómodo y en paz. Además, era evidente que no quería seguir caminando, las piernas le estaban doliendo por el esfuerzo.

—Sabes que sí, es parte de la tradición familiar llegar a la cima de la primera montaña del viaje. —Kei agradecía que esa regla solo era para la primera montaña, también agradecía que Monomiyama no fuera tan alta.

A regañadientes, Kei abandonó su lugar de paz para que siguieran caminando. Entre más subían, más se cernía la naturaleza sobre el estrecho sendero que estaban siguiendo, hasta que, al cabo de unas horas ya no había camino que seguir. Su padre, que estaba dirigiendo la marcha, se dio la vuelta y pronunció las palabras que Kei tanto quería escuchar.

—El camino termina aquí y no podemos seguir. Además, se está haciendo de noche. Hay que volver. —Era cierto, desde donde estaban, podía notarse como la luz del sol empezaba a tomar un tono anaranjado. Kei estaba agradecido de que no tendrían que seguir. Claro, aún faltaba el camino de regreso, pero ese no sería tan pesado como la cuesta arriba.

Tal como lo predijo, el camino cuesta abajo no fue tan demandante. Llegaron de nuevo al pie de la montaña cuando ya había anochecido. A partir de ahí se dedicaron a volver a la posada y descansar.

Kei sólo quería paz. Este viaje no se la daría tan fácil.

Máquina del TiempoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang