En el que no sabe lo que le espera

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Sam



—Hola señora Preston —saludé—. No hay problema. Me encargaré de ellos. ¿A quién más tiene programado para hoy?

—A Bernie —dijo la mujer en lo que miraba su agenda y asentía para sí misma. Bernie era un San Bernardo de doce años con el que había que tener mucho cuidado ya que padecía de displasia de cadera, pero era un amor—. A tres malteses y a dos huskeys.

—Me encargaré de los bebés y de Bernie. Traje un ayudante el día de hoy —comenté, aunque ya sabía que a la señora Preston no se le escapaba nada, pero al menos ella era discreta. Miró a Adam y asintió mientras me daba una sonrisa cómplice que yo no respondí. Me hice la tonta y señalé el cuarto de aseo de los perros agradeciéndole mentalmente a la mujer por no haber preguntado nada.

—Está perfecto. Atenderé aquí a los malteses e iré a vacunar a los huskeys a casa de los dueños. Tienen problemas con el auto y no podían traerlos.

—Cerraré con la llave de repuesto en cuanto termine. Si quiere puede ir directo a su casa cuando acabe con ellos.

La señora Preston solía dejarme de encargada del negocio a veces, así que mi ofrecimiento no le pareció raro y aceptó de inmediato.

—Bien, pero ya no recibas a nadie más. Ya haces mucho con ayudarnos por tan poca paga.

Asentí y entonces, con una seña, le pedí a Adam que me siguiera. Entramos a la habitación de aseo y le alargué una bata plástica. Él me miró como si yo hubiera perdido la cabeza, cosa que no se me hizo para nada extraño.

—¿En serio me vas a pedir que bañe perros?

—Tu fuiste el que dijo que debíamos estar juntos en todo momento, bla, bla.

—No dije eso.

—Como sea. Si quieres tener tus cinco minutos, entonces debes bañar perros. Si quieres renunciar, dame las llaves de tu auto y despídete de él por los próximos seis meses.

Adam me miró entre molesto y divertido, me arrebató la bata y se la puso rápidamente. Le sonreí animada.

—No es tan malo. ¿Por qué estás tan reacio?

—Digamos que no es algo que desee hacer en mi tiempo libre, pero vamos... tú eres la jefa hoy.

Le expliqué cómo se hacía todo y los aparatos que debíamos usar. Adam aprendió todo muy rápido y eso no me causó ninguna sorpresa. Solo veinte minutos después entró la señora Preston con la transportadora y los bebés dentro. Me agaché en cuanto ella la dejó en el suelo y salió de la habitación. Abrí la puertecita y los dos perros salieron como bólidos de la transportadora.

—Esta es Canela y este es Ron —dije, señalándolos a ambos. La hembra tenía un lunar del lado derecho del hocico. Los miré con cariño y Adam se inclinó para poder verlos más de cerca. Los cachorros, que estaban interesados en mis manos y jugaban conmigo como solían hacerlo, al darse cuenta de la presencia de alguien más, demostraron la curiosidad característica de los bebés, fueron directo a él. Adam los acarició y les regaló esa hermosa sonrisa que yo pocas veces le había visto dar gratuitamente a alguien.

—Son muy lindos.

—Sí. Son mis favoritos, aunque están en la edad de morder todo —le advertí en cuanto observé que Ron comenzaba a morder una de las agujetas del zapato deportivo de Adam. Él cargó al cachorro y lo elevó para estudiarlo con atención.

—Vamos a bañarte, amiguito —susurró, luego me miró con una ceja alzada—. ¿Empezamos?

Un juego peligrosoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang