En el que comparto información

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Sam

No hace falta decir que en cuanto llegué a casa me quedé dentro del auto, por más de quince minutos con la mirada perdida en el parabrisas y las manos apretadas al volante. Mi mente estaba en blanco y no terminaba de comprender cómo rayos funcionaba mi... situación con ese sujeto. Me pregunté una y otra vez qué demonios podría querer de mí, porque ahora que literalmente me había dicho que tenía un interés... no podía siquiera imaginar lo que podría ser; es decir... no había nada interesante en mí y, contrario a lo que la mayoría pudiese imaginar, yo era la persona más plana de la existencia.

Al apearme del auto y caminar a casa me di cuenta de que ya pasaban de las diez de la noche. Abrí la puerta y entré. La parte de abajo estaba oscura y supuse que mis padres ya estaban en cama. Subí los escalones de dos en dos y me introduje en mi habitación tratando de no hacer ruido. Justo me volví, me sobresalté y me llevé una mano al pecho.

—¡Demonios Candace! —gemí y ella me sonrió desde la cama.

—¿Cómo te fue en tu cita? Mi tía me dijo que saliste con alguien y supuse que sería Adam, por lo que últimamente todo el mundo dice en el campus.

—Es una cotilla. No es verdad, no tuve una cita con él. ¿Qué es lo que dicen últimamente? —me interesé en cuanto comencé a desvestirme para ponerme la ropa de dormir ante los ojos emocionados de mi prima.

—Dicen que eres la mujer de sus sueños.

Me detuve mientras me ponía los pantalones y la miré con gesto tan extrañado que incluso me dolió la cabeza. Mi prima sonrió divertida.

—Sabes que muchas han querido tirarle los perros o pedirle que sea el padre de sus hijos... son contadas las chicas con las que ha salido y solo ha durado un corto tiempo con ellas. El hecho de que te esté prestando tanta atención no ha pasado desapercibido, así que todos han brincado a la conclusión de que está enamorado de ti.

Me quedé en blanco y de inmediato evoqué su rostro cuando me había dicho que no le gustaba y por alguna razón creí que él decía la verdad.

No pregunten cómo, no tengo ni puta idea.

—Nada más alejado de la realidad —cité sus palabras y negué con la cabeza. Candace alzó una ceja en señal de incomprensión—. Fui con él a cumplir con el castigo del dichoso helado y se lo pregunté.

—¿Qué cosa le preguntaste?

—Si le gustaba.

Mi prima soltó una exclamación ahogada y yo reí.

—¡Noooo!

—Sí.

—¿Y dijo que no?

—Dijo, y cito: "Nada más alejado de la realidad".

—¿Cómo coños se te ocurrió preguntar algo así?, ¿no tienes vergüenza?

—La vergüenza no sirve de nada —dije con suavidad y me recosté a su lado en la cama—. Solo estorba.

—¿Y si te mintió?

—No mintió.

—¿Cómo lo sabes? No lo conoces tan bien.

—Tienes un excelente punto ahí, pero... no lo sé, por alguna razón siento que no me mintió. Dijo que sería sincero conmigo y que me diría el verdadero motivo por el que sabe tanto de mí.

Volví el rostro para observar a mi prima y por un momento me pareció verla completamente pálida. Sus ojos reflejaron miedo y entonces se incorporó tan rápido que me mareé incluso de verla. Se puso de pie y se despidió con la mano.

—Ten cuidado, solamente. Hay cosas con las que las personas... no pueden ser sinceras, aunque lo quieran —susurró y me miró por sobre el hombro.

Me sentí extraña por sus palabras, pues me pareció como si me ocultara algo; no quise ahondar más en el asunto, así que solo asentí, mi prima hizo lo mismo, se giró y salió por la ventana. A los pocos segundos me puse de pie, avancé hacia la ventana también y me asomé. Ella apenas cruzaba hacia su balcón.

—¿Candace? —pregunté con suavidad y ella, solo tocar el suelo, se giró para mirarme.

—¿Qué sucede?

—¿Crees que puedas perdonarme pronto? —quise saber casi con un hilillo de voz.

Mi prima me observó con tanta fijeza que, por alguna razón, mi pulso se aceleró. Por primera vez en muchísimo tiempo no pude descifrar lo que había en su rostro. Candace sonrió triste y se encogió de hombros.

—Tendré que esperar —me dijo con lentitud. La interrogué con la mirada.

—¿Esperar a qué? —quise saber. Candace negó con la cabeza.

—Solo... esperar, Sam. Quizá... con el paso del tiempo nuestros papeles se inviertan.

Y con esas últimas palabras entró a su habitación y me dejó parada en mi balcón con el frío viento como única compañía. La verdad era que había estado mucho tiempo sola... pero esa noche, ese sentimiento se hizo aún más fuerte que nunca. 

Un juego peligrosoOnde histórias criam vida. Descubra agora