En el que recibo la primera propuesta indecorosa

845 71 16
                                    


Sam



Luego de que terminé las cosas pendientes en el taller, salí de ahí con la mochila al hombro y un sentimiento extraño que abordaba mi pecho. Desde hacía mucho tiempo que me había imaginado con él. Constantemente pensaba en cómo sería si saliésemos juntos, qué diríamos o qué compartiríamos, el modo en el que él me miraría y la manera en la que haríamos de todo para divertirnos juntos. Pero eso solo había estado en mi mente y yo deseaba que se quedase allí.

Sabía a la perfección que para tener una relación era necesario abrirse y mostrarse como uno era... y eso era imposible para mí... no me creía capaz de hacerlo; sin embargo, ahora estaba en esa situación y ni siquiera había sido por mí. Adam había maquinado todo por sí mismo y prácticamente me tenía acorralada. Ese pensamiento me dejaba con una sensación de descontrol que jamás había experimentado; pero, por otro lado... también deseaba hacerlo. Me parecía que esta podría ser la única manera en la cual podría mostrarle a alguien lo que yo era.

Avancé con paso tranquilo y observé el modo en el que el sol estaba a nada de esconderse detrás de las montañas, en el horizonte. Tardé un poco más de quince minutos en llegar a las canchas de tenis y en cuanto estuve cerca, pude escuchar el ruido de las pelotas siendo golpeadas por la raqueta. Solo lo había visto jugar una vez... la vez que me enamoré de la idea de él.

Acababa de entrar a la universidad, tenía pocos días de haber ingresado por lo que no conocía la ubicación de todas las aulas y, perdida como estaba aquel día, llegué de casualidad a las canchas y observé la selección anual de jugadores.

Lo primero de él que me había causado impresión, habían sido sus brazos. Eran rápidos. Los movía a una velocidad increíble y pasaba el mango de la raqueta de una mano a otra sin ninguna dificultad. Lo segundo fue su agilidad. Era increíble el modo en el que se trasladaba de una esquina a otra y golpeaba las pelotas una a una sin fallar. Lo tercero... su sonrisa. Yo me había quedado estúpidamente embobada con la mirada perdida en su hermosa sonrisa cuando él había terminado de golpear todas las pelotas con éxito. Sus ojos fueron lo último que encontré y ellos me encontraron a mí cuando se giró para chocar manos con uno de sus compañeros y, sin quererlo, se topó conmigo tras las rejas de protección de la cancha.

No sabría decir cuánto tiempo nos quedamos con la mirada clavada el uno en el otro, pero para mí fue eterno y a la vez muy corto... lo sentí como si alguien hubiese unido dos cables de alta tensión. Él había ladeado su cabeza en el mismo gesto que ahora yo ya conocía, y había sonreído en mi dirección. ¿Cómo no iba a enamorarme de su imagen y de lo que eso podría representar? Aún así, no le respondí la sonrisa, me giré y me fui de allí lo más rápido que mis piernas pudieron llevarme. Y ahí estaba de nuevo. Buscándolo.

Coloqué una mano en la reja de protección y lo observé a lo lejos. Lanzaba pelotas con la misma agilidad que antes y se movía rápidamente por su lado de la cancha que estaba lleno de pequeñas bolas amarillas. En un instante su mirada volvió a encontrarse con la mía y me sonrió. Temblé por dentro... no podía entender por qué su sonrisa tenía ese efecto en mí. Corrió hacia la reja, dejó la raqueta en una de las bancas cercanas y poco después llegó frente a mí. Alzó la mano y la entrelazó con la mía. Lo miré sorprendida y quité mis dedos de los suyos. Él mantuvo la mano en el mismo lugar y se aclaró la garganta.

—Pensé que tardarías más.

—Terminé antes —mentí, pues desde un inicio había sabido que no acabaría tan tarde.

—Lo siento... tenía pensado ir a ducharme en unos minutos más. Me ganaste —dijo y no pudo esconder su incomodidad—. Yo... me bañaré rápido.

—Vale, puedo esperar.

—Bien, ¿no prefieres venir conmigo? —molestó con una sonrisa socarrona y yo le saqué la lengua.

—No me interesa verte desnudo —mentí de nuevo y me encogí de hombros. Él se llevó una mano al pecho como para fingir que mi comentario le había dolido.

—Seguro que sí, pero no quieres aceptarlo —me dijo con mirada burlona.

—Me iré si no estás aquí en veinte minutos y tendrás que ir a buscarme a mi casa —dije rápido.

—¿Ya te salió lo gendarme?

—Hablo en serio.

—Vale... prometo no tardar. 

Un juego peligrosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora