12 - 'Deseos ocultos'

240K 30.6K 217K
                                    

12 - DESEOS OCULTOS

Cuando abro los ojos ya es por la mañana. Mhm... hace mucho frío. Me acurruco en las sábanas y miro distraídamente la habitación. Es la misma que usé la primera vez que dormí aquí. Me gustó bastante.

Pero... mierda.

Lo de ayer no fue una pesadilla, ¿verdad?

Soy una señora de 97 años con un marido tenebroso y una casa con pasillos secretos.

Ya quisiera yo.

Me incorporo y me froto los ojos. Mis cosas siguen aquí por la última vez, así que he podido dormir en pijama. Eso es un alivio.

Al menos, estoy cómoda. Loca, pero cómoda.

Solo me pregunto que habrá sido de mi pobre maleta... bueno, al menos, Foster cuida de ella. Me la dejé en su coche.

Está en buenas manos.

¿Tú crees?

No me importaría quedarme yo misma en esas manos.

Salgo de la cama. El suelo está algo frío, y lo entiendo cuando me asomo al exterior y me doy cuenta de que hay una fina capa de nieve en el suelo. De hecho, sigue nevando. Nunca había visto nevar. O nunca que recuerde.

No puedo evitar abrir la ventana y estirar el brazo hacia fuera. La brisa es helada, pero no me importa. Abro la mano y dejo que un copo de nieve caiga en ella. Me lo acerco a la cara. Se está fundiendo solo por el calor de mi piel, pero no puedo evitar una sonrisa tonta.

—Eso de abrir la ventana mientras nieva no es lo más inteligente del mundo.

Doy un respingo hacia atrás al instante. ¿Cómo demonios no lo he visto? Ramson está apoyado en el marco de la puerta con un hombro y los brazos cruzados, mirándome.

No puedo evitar enrojecer un poco. No me gusta que me pillen, y menos con sonrisas tontas. Vuelvo a cerrar la ventana.

—¿Me has estado observando mientras dormía, maldito perturbado?

—En realidad, no. Acabo de llegar. Y veo que lo he hecho justo a tiempo para ver el primer milagro del día.

—No has visto nada, no mientas.

Me seco la mano en el pijama, molesta. Él parece divertido con mi pequeño arrebato. O con mi pijama. No estoy muy segura, pero noto que me pongo un poco nerviosa cuando lo mira un poco más de lo estrictamente necesario.

—¿Quieres algo? —interrumpo su inspección.

—Te he hecho el desayuno.

Me cruzo de brazos.

—No tengo hambre —sí que tengo, pero soy una testaruda.

—¿Estás segura?

—Totalmente.

—Es tu desayuno favorito.

—¿No dijiste que hacía mucho que no cocinabas?

—Y hace mucho que no cocino. Pero he hecho un esfuerzo. No me importa cocinar cuando sé que no es para que alguien me manipule y se cuele en mi sótano.

—Vale —accedo finalmente—. Fui un poco asquerosa. ¡Pero fue para un buen fin!

—¿Un buen fin es colarte en mi sótano?

Nuestro sótano —doy un paso hacia él—. Al parecer, esta también es mi casa. Así que no invadí nada, solo accedí a una parte de mi bonita propiedad.

La reina de las espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora