5 - 'Las murallas grises'

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5 - LAS MURALLAS GRISES

Me avergüenza admitirlo, pero esta noche he tenido un sueño un poco... ejem... subido de tono.

No recuerdo mucho —por suerte—, pero cuando me he despertado estaba sudando, acalorada, con un nido de nervios en la parte baja del estómago y con la respiración agitada. Y tenía el puño cerrado entorno al collar.

Lo he soltado de golpe, claro, y me he ido a dar una ducha. Lo más extraño es que Addy no haya venido a despertarme. Quizá siga durmiendo. En cuanto salgo de la ducha me acerco a verla, pero no, su habitación está vacía. Y no tardo en descubrir dónde está.

De hecho, sus protestas se oyen desde aquí. Levanto la cabeza y me encamino hacia el despacho de Foster, que tiene la puerta abierta. Dentro, Addy agita algo en una mano hacia su padre, que parece muy molesto.

—He dicho que no —le remarca, y es la primera vez que veo que le habla así de enfadado a alguien.

—¡Pero...!

—Addy, he dicho que no —repite—. No es nuestro problema.

—¡Pero ella...!

—No está aquí para eso, Addy.

—¡Pero yo creo que lo sabe!

—No lo sabe. ¿Vale? No lo sabe.

—¡Tú eres quien no lo sabe! ¡A veces, parece que se ac...!

—¡Ya está bien! Dame eso.

Addy intenta apartarse, pero obviamente su padre es más rápido que ella y le quita lo que sea que tiene en la mano. Addy suelta un sonido de frustración y se da la la vuelta para salir del despacho. Me ve al instante. Igual que su padre, que abre mucho los ojos.

—Vee —me dice con toda naturalidad, rodeando el escritorio para sentarse en si cómoda silla—. Buenos días.

Pero no puedo evitar fijarme en el detalle de que guarda lo que sea que le ha quitado a Addy dentro de uno de los cajones.

Ella, por cierto, me mira con los brazos cruzados y una mueca de indignación. De hecho, me mira de forma muy significativa, pero no termino de entender qué quiere decirme.

—Addy —le dice su padre de repente—, ¿por qué no vas a desayunar?

—No quiero.

—Ve a desayunar. Ahor...

Foster deja de hablar de golpe y se gira hacia mí como si no pudiera creerse que estuviera ahí. Doy un paso atrás, confusa, y Addy me mira como si intentara descubrir qué pasa.

—No me lo puedo creer —murmura Foster, levantándose para acercarse a mí.

—¿Eh...?

—¿Te ha dado un collar?

Sinceramente, no sé qué decirle cuando se planta delante de mí y recoge la pequeña obsidiana entre los dedos. La suelta tan rápido como si le quemara, pero yo de alguna forma siento que no debería haberla tocado. Cuando me da la espalda y se acerca a la ventana, frustrado, rodeo la obsidiana con un puño, como si intentara protegerla.

—Addy, ve abajo —le dice Foster, y esta vez no da pie a ninguna discusión al respecto.

Addy, que hasta ahora me ha estado mirando con la boca abierta, asiente torpemente y se marcha, cerrando la puerta.

Me pregunto si se habrá quedado escuchando al otro lado.

—¿Ocurre algo? —pregunto, desconfiada.

La reina de las espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora