15 - 'Las tres investigadoras'

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15 - LAS TRES INVESTIGADORAS

Me alejo de la puerta, algo perdida, escuchando todavía el murmullo de la conversación de Vienna y Albert. Creo que se están despidiendo. ¿Albert tiene que irse? ¿Dónde?

¿Y... Vienna me considera su hija?

¿Y no les gusta Ramson? ¿Por qué no? ¿Es por esa pelea que vi? ¿Porque discutíamos mucho?

Bueno, yo tampoco querría ver a una hija mía casada con alguien con quien discute mucho, pero... a la vez, cuando veo a Ramson, no me entran ganas de discutir. O no inmediatamente, al menos. Lo primero que me apetece es lanzarme sobre él. El problema es cuando abre la boca. Ahí sí que me entran ganas de lanzarle algo a la cabeza.

Oh, sigo furiosa con él por lo que me ha hecho con el maldito libro original de las leyendas. O más bien por el hecho de que me ha ignorado de esa forma. Hacía mucho tiempo que no me enfadaba tanto con alguien como lo estoy ahora mismo con él y...

—¿Dónde vas, asalta-castillos?

Levanto la mirada, sobresaltada, y me encuentro a Sylvia con una expresión ligeramente divertida.

Debe verme la cara de haber sido pillada, porque esboza una sonrisita maliciosa.

—¿Estabas espiando a alguien?

—No —miento enseguida.

—Ajá.

—¿Y tú? —me pongo a la defensiva—. ¿Qué haces aquí?

—Estoy buscando un balcón para poder salir a fumar, pero esta casa es gigante —pone una mueca—. Creo que me he perdido ya dos veces.

Suspiro y le hago un gesto para que me siga. El balcón más cercano es el que está junto al despacho de Foster, a unos pocos metros. Abro la puerta y Sylvia parece satisfecha cuando ve que se trata de una terracita diminuta con un banco de tres plazas y una barandilla plateada. Da con el jardín trasero. Ahí abajo, las dos vemos a Deandre, el perro gigante y tenebroso de Albert, jugando felizmente con un palo.

—¿Quieres uno? —me pregunta Sylvia, sentándose en el banco y encendiéndose un cigarrillo.

—No, gracias —murmuro, apoyando los brazos en la barandilla—. Pensé que habías dejado de fumar.

—Bueno, vivo en una ciudad llena de vampiros que podrían matarme de un suspiro. Yo creo que por fumar un poco no pasa nada.

Sonrío un poco, pero ahora mismo tengo la cabeza demasiado llena de información y no soy capaz de digerir muy bien ningún sentimiento.

Y, claro, Sylvia se da cuenta enseguida porque noto que me mira con curiosidad mientras suelta el humo lentamente.

—A ver —murmura—, ¿quieres hablarlo o finjo que no pasa nada?

—¿Quieres escucharlo? —me extraño.

—Un buen chisme nunca está de más.

—Esto no es un chisme, son muchos chismes juntos.

—Oye, ya me has convencido, no hace falta que sigas.

Estoy a punto de hablar, pero las dos nos damos la vuelta hacia Jana cuando abre la puerta de la terraza. Está a punto de salir como si nada y da un respingo al vernos ahí.

—A-ah... hola —sonríe como un angelito.

Creo que tanto la mirada de Sylvia como la mía van directamente a la mano que Jana se esconde a toda velocidad tras la espalda.

La reina de las espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora