21. Desplantes

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Lo miré, estática y posiblemente compuse una cara de tonta anonadada; mi ofuscación se desvaneció en el aire y lo reemplazó un súbito sentimiento indefinido

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Lo miré, estática y posiblemente compuse una cara de tonta anonadada; mi ofuscación se desvaneció en el aire y lo reemplazó un súbito sentimiento indefinido. Me encontré con que no sabía cómo reaccionar.

«Él es un antiguo». Se formuló en mi mente. «¿Qué es lo que hace un antiguo en Orbe?».

Por su parte, a él parecía no importarle en lo absoluto haber soltado esa suerte de confesión y eso retomó mi atención de inmediato. Realmente, esa sustancia debió haberle afectado el criterio porque él nunca habría revelado algo así de forma tan deliberada.

De pronto, como si se hubiera acabado de acordar de algo, buscó su celular y empezó a presionar el teclado táctil con rapidez.

—Mm, necesito que Aluz venga —dijo como si no pudiera evitar describir las cosas que estaba realizando.

—¿Aluz? —inquirí volviendo a la realidad—. ¿Él puede ayudarte a salir de esa... condición?

—No. Es sólo algo que pensé antes de beberme esa bazofia: «Aluz tiene que venir, es importante» —comentó anecdóticamente—. Nunca está cuando se le necesita, ese inútil —se quejó, fastidiado. Y de pronto, pareció abandonar el intento de llamarlo y comenzó a escribir algo.

Mientras hacía eso, se me ocurrió que aquello había sido una de las últimas decisiones que Leo había tomado mientras era plenamente consciente de sus actos. Me pregunté si es que acaso Aluz también estaba al tanto de que Leo fuera un antiguo... o si es que él también era uno. Aquel pensamiento me desconcertó. ¿Es que acaso acababa de descubrir sólo la punta del iceberg de un gran secreto?

Entonces me asaltó el bicho de una idea. Si es que lo taladraba de preguntas en ese momento, ¿me las respondería todas? Pero, ¿eso no sería aprovecharme del estado en el que estaba?

Y tenía que anotar algo: no era solamente que él hubiera perdido la capacidad de retener la verdad, también se le veía algo desinhibido; es decir, en menos de cinco minutos había esbozado más expresiones faciales que las que había hecho en todo un mes. Me pregunté cuánto tiempo iba a durar ese efecto.

—¿Por qué tomaste ese... esa sustancia? —pronuncié antes de que mi mente se tomara en serio resolver el dilema en el que estaba.

—Eso acordamos —respondió él al instante—. Era la única manera de convencer a ese condenado de Lax.

Estuve a punto de hacer otra pregunta pero él levantó su mano para hacerme callar y, de repente me miró con su usual semblante de seriedad de siempre. Entonces me sentí aliviada y al mismo tiempo perturbada de que volviera a ser el mismo.

—Tengo un mensaje para ti —dijo—. «Regresa a tu casa».

—¿De parte de quién?

—De mí mismo —aclaró con un dejo de evidencia e ironía—. Pensé: «Tengo que ordenarle que regrese a su casa, doblemente importante».

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now