29. Necedad

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No reconocí el techo de la enfermería de Orbe

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No reconocí el techo de la enfermería de Orbe. Permanecí tiesa y algo desorbitada cerca de un minuto. Entonces, de manera inevitable acudieron a mí una sucesión de hechos como si fuera una proyección de diapositivas. Una catedral, derrumbe, creadores enmascarados, explosiones, más explosiones, Lax, Ovack, y...

—¡Dala! —chilló Ulina y su rostro se materializó a mi costado, luego se le sumaron el de Aluz y Sétian. Todos aún con el atuendo negro y un marco de preocupación en sus expresiones.

Intenté incorporarme por inercia, pero la secuela del golpe directo que había recibido en el costado me hizo aovillarme. Noté que tenía vendajes y gasas en mis brazos como si alguien me hubiera atendido. Ulina se prestó para ayudarme a sentarme en la camilla.

—¿Estás bien? ¿Qué fue lo que pasó?

Eso era lo que yo quería saber. Estaba bastante más descansada que cuando me había abandonado a la inconsciencia, pero aún seguía algo aturdida. Ni siquiera supe en qué momento había atravesado el portal, lo último que podía recordar era haberme estrellado con Ovack, que él me sostenía para que no cayera y...

Entonces levanté mi mirada de forma súbita. Mis compañeros que me observaban como si esperaran respuestas, respingaron al unísono ante mi reacción.

—Am... ¿Dónde está... Leo? —balbuceé recorriendo la resplandeciente y blanca sala con los ojos.

—Está informando los pormenores de la misión a los socios —respondió Sétian—. Tú sabes, como eso es lo más importante de todo.

Lo último lo agregó con un evidente doble sentido. Las miradas ceñudas de Aluz y Ulina no se hicieron esperar.

—No seas mezquino —replicó ella—. Él se quedó para esperar a Dala aunque ya estaba por vencerse el tiempo.

—Ulina no seas tonta. No me digas que crees que lo hizo por la bondad que hay en su corazón. Es obvio que fue porque no quería perder a una creadora en el equipo.

—Si eso fuera así, entonces no nos hubiera ordenado que regresáramos, sino que...

—¡Solo somos lectores! ¿Qué rayos podíamos hacer? ¡Nada!

—¡Él estaba arriesgándose! Y creo que lo hubiera hecho por cualquiera de nosotros.

—¿En serio? ¿Entonces por qué no vamos todos juntos al Vaticano para canonizarlo y...?

—Ya basta —lo interrumpió Aluz, y aunque no hubo alteración en su voz, la firmeza bastó para que Sétian se desanimara a continuar.

Yo solo había estado alternando mi atención a cada uno de ellos, recogiendo los pedazos de información que pudieran rellenar el agujero que tenía sobre la situación. Luego de que los humos se calmaron un poco, me pusieron al tanto de la versión que ellos manejaban de los hechos.

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now