24. La convocatoria cerrada

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—Así que no lo sabías

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—Así que no lo sabías... —El comentario de Lax me hizo regresar a la realidad, había apoyado su mentón en una de sus manos y me observaba con un aire entretenido. —Realmente es como él dijo, no sabes nada de nada.

Aunque quise replicar, no lo hice. Él tenía razón, empezaba a comprender cuánta razón. No sabía nada de nada, no tenía idea de nada. Sentada allí, en esa silla dentro de ese sueño, me sentí una ignorante, como un hilo dentro del diseño de un gran tapiz. Y un hilo suelto encima.

Leo... no, Ovack (aún no me acostumbraba a pensarlo con su verdadero nombre). Él no dejaba de sorprenderme con cada revelación que descubría.

¿Qué hacía un príncipe aquí? Si lo era ¿Por qué no enviaba a alguien más a hacer lo que fuera que estuviera haciendo? Me resultaba difícil relacionarlo con el concepto de príncipe que yo tenía. El cual, a decir verdad, estaba empañado por muchas de las películas de Disney.

—¿En qué es diferente la idea de «príncipe» de ustedes de la nuestra? —inquirí, dejando de lado lo que había dicho Lax.

—No. Es mi turno —acotó él—. Hagamos esto con orden.

Y se reclinó brevemente en su silla. Lax había captado mi interés y parecía disfrutar el hacerse esperar. Fueran cuales fueran sus intenciones, no dejé de notar que en general, a este sujeto le divertía la idea de aprender cosas, ya fueran palabras de otro idioma o información inédita.

—¿Cuál es tu nombre completo?

—¿Y yo soy la que hace preguntas tontas? —dije con un resoplido de burla, aunque en mi cabeza tenía bien presentes las palabras de Ovack sobre darle mi nombre a un conector. Lax sólo encogió los hombros con dejadez y yo tragué saliva antes de responder. —Dala Francesca Mayo.

Lax asintió con calma, como si se tratara de un pedazo de información que instaba a la meditación. Quise retomar el hilo de la conversación y volver a hacer la pregunta que había realizado antes, pero me contuve. Lax me observaba, expectante. Sus ojos verdes parecían reparar en cada uno de mis pestañeos.

—¿Por qué me has propuesto esto? —pronuncié de pronto—. Este juego de preguntas y respuestas... ¿Qué es lo que pretendes?

—Oh, ya empiezas a hacer preguntas interesantes —dijo con una sonrisa—. Dala, tal vez no te has dado cuenta y tal vez idzen Ovack no quiera que sea así, pero estás involucrada en esto más de lo que crees. Cuando te dije que nadie viene a la Noche Eterna de casualidad, lo dije en serio. Y sólo quiero asegurarme que no seas... —Hizo una pausa, como si no se acordara de la palabra que necesitaba. —Que no seas peligrosa.

—¿Peligrosa? Pero yo no...

—Sé que no tienes malas intenciones —completó desestimando mi intervención con un ademán—. El príncipe confía en ti y yo confío en él. Eres su protegida. Pero muchas veces, el desconocimiento es más peligroso que las peores intenciones.

Plenilunio (versión revisada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora