33. Un pasado ensombrecido

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Los portales de conducción que Orbe había habilitado para los líderes de división en el Mundo Distante podían llevarlos a cualquier parte de la Tierra sin discriminación

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Los portales de conducción que Orbe había habilitado para los líderes de división en el Mundo Distante podían llevarlos a cualquier parte de la Tierra sin discriminación. Pero estos portales en la Noche Eterna tenían ciertas diferencias. Para empezar, llevaban siglos usándolos y por ello, habían desarrollado algo llamado Sistema interconectado de redes portálicas.

Así que en la Noche Eterna no se podía generar portales hacia cualquier lugar. Por ejemplo, si alguien quería trasladarse al interior de alguna residencia, de algún hospital o un negocio privado, debía solicitar primero un permiso al propietario de ese lugar para luego generar el portal. De alguna manera, los antiguos habían dividido cada metro cuadrado de tierra en un sistema de coordenadas, tal que los portales pudieran aparecer en un punto en específico y nunca sucediera que dos coincidieran en el mismo lugar al mismo tiempo.

Y por último, cualquiera podía utilizar un portal de conducción. Cualquiera que fuera un ciudadano legal de ese mundo. Si algún prófugo de la justicia, una persona no registrada o algún indeseable en particular utilizaban un portal de conducción, el sistema lo detectaría y al instante siguiente, la vigilancia encubierta estaría tras su rastro.

El tal Lonrio ansiaba desde hacía un buen tiempo unas vacaciones de su vida convulsa en la capital. Sin embargo, no podía permitirse viajar a los paradisiacos rincones de Dafez que tenía en mente y regresar a cumplir con sus clientes a tiempo, puesto que, tendría que movilizarse en transportes convencionales al no poder usar los portales. Evidentemente. Pero para eso, había una solución.

Según me explicaba Ovack a medida que caminábamos por las oscuras calles de los suburbios de Ciaze, lo que debíamos conseguir era un portal clandestino, uno que se encontraba fuera del sistema.

—Ah, ¿tienen de esos? —inquirí sin mucha sorpresa—. ¿Y cómo conseguimos uno?

—Tengo un conocido que está en deuda conmigo.

—¿Un conocido en deuda contigo? —repetí. Aquello sonaba tan... sospechoso—. ¿Es de una de las misiones de Orbe?

Él me miró brevemente.

—De antes de Orbe.

Antes de Orbe. Imaginaba que antes de Orbe estaría haciendo... cosas de príncipe. Pero aquellos derroteros sombríos y melindrosos por los que él me estaba guiando sin ninguna dubitación, como si ya conociera el camino... ¿qué hacía un príncipe allí? ¿Qué hacía él antes de Orbe?

Le quise preguntar eso, sin embargo, ya habíamos llegado. Un edificio alto como una torre con una cúspide plana que, a todas vistas, le hacía falta una pintada y mucho mantenimiento. Aquella puerta metálica roída parecía pertenecer a una prisión abandonada, pero cuando Ovack tocó con los nudillos, esperamos un momento y luego se abrió sola. Con el crujido solitario de una película de terror.

Nos encontramos con un pasillo largo, oscuro y mugroso. Parecía el escenario perfecto para que alguien filmara alguna nueva película con Chucky, el muñeco diabólico. Y al final había un único umbral por cuyos costados se escurría luz blanca y del cual emanaba el lejano rumor de movimiento y cháchara.

Plenilunio (versión revisada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora