III. Bleu

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El mundo estaba sumido en la oscuridad. Aire caliente y un olor extraño inundaban el ambiente, pero estaba demasiado fatigado para importarle.

"Quizá me excedí" pensó, cuando sintió las piernas fallarle mientras bajaba las escaleras de la torre que guardaba la puerta de Jano. Pero aquella demostración de poder había valido la pena, ver las caras de aquellos infelices sufriendo bajo su mano, ahogándose en su sangre. Sus pares políticos desconcertados, por un momento pudo saborear el miedo en sus corazones.

Se sintió invencible, embriagado por el poder, hasta que sus ojos se cruzaron por un instante con la figura del Embajador, imperturbable y burlona, tirando con fuerza de la soga, aumentando el suplicio de su pobre, pobre querido Rey.

De todas las opciones que había contemplado, en todos sus planes el Rey Ahorcado había quedado atrás y una dolorosa punzada le atravesó el pecho. Aún no encontraba forma, pero cumpliría su antigua promesa.

Eso sí este mundo lo permitía.

††††

Lo primero que notó al deambular por las calles de la ciudad es que el mundo tenía un tinte diferente. El cielo era negro y las estrellas blancas, pero el mapa celeste era el mismo, al menos con las constelaciones clave, ya que había demasiados cúmulos de estrellas que no podía reconocer. Mirando este cielo nocturno, fue que descubrió que había llegado en una noche de verano.

Lo segundo que notó, es que la gente aquí era mucho más pequeña. Las puertas apenas le llegaban al pecho y el par de borrachos que había visto unas calles atrás lo había comprobado. Este mundo le parecía tan pequeño.

El olor nauseabundo, fue lo tercero. Aunque desde el principio había percibido un olor extraño, mientras más se adentraba en la ciudad, el aroma, se volvía más fuerte e insoportable y podría jurar que sus vísceras saldrían de su cuerpo por la boca.

Poco a poco las desagradables sensaciones que su cuerpo percibía fueron disminuyendo, hasta apenas sentir algo como el dolor en sus piernas o el ardor en su pecho, empapado de secreción negra.

Su mente entonces, se centró en las psiques durmientes a su alrededor, llenas de sueños mundanos y simplones. Solo un grupo de bandidos que se cruzaron en su camino estaban despiertos, pero bastó su imponente figura y una sutil orden, para que se apartaran y se volverán en una trifulca entre ellos mismos. "Mátense" les dijo y con la poca fuerza que le quedaba arrastró sus pies hasta las afueras de la ciudad.

Cuando llegó al puente que cruzaba el pequeño rio, ya casi no podía moverse sus piernas apenas le respondían. Se rio un poco, por esto era que nadie le había seguido, los nacidos en Alagadda, no podían existir fuera de su nación, al menos no físicamente. Era increíble cómo pudo haber ignorado ese enorme detalle. El Embajador y los otros enmascarados debían estar ahogándose de risa en este instante.

Bufó y no le quedó más que burlarse de su propia estupidez.

―Entonces, ¿Es así como va a terminar? ¿Un Lord exiliado? ¿En un mundo apestoso? ¿Sin nadie que sostenga mi mano y escuche mis últimas palabras? ― Pronunció al aire en la voz más dramática y fingida y luego soltó una carcajada larga y suspiró.

El ambiente ya no olía tan mal. Ahora tenía el débil aroma de tierra y humedad. Y a perfume. Un perfume familiar.

― ¿Sylvain? ―dijo en un susurro. Miró hacia todos lados y le buscó con la mente, pero no había nadie. Tan solo una pequeña hierba creciendo a las orillas del río alrededor del puente. Discreta y espigada, haciéndose notar por su fresco aroma.

Igual que Sylvain.

El Lord Negro, con dificultades se había arrastrado hasta el lugar y se acurrucó junto a la planta, trató con delicadeza de tocar la planta, pero se disolvió al contacto con sus dedos, o lo que quedaba de ellos.

Aspiró profundamente el aroma de Sylvain, el olor a lavanda y se relajó al punto de entrar en estado de somnolencia. Como cuando ponía su cabeza en el regazo de Sylvain y escuchaba sus aburridas historias y soñaba cosas que nunca recordaba.

Con estos pensamientos, la secreción negra brotó con más intensidad y el cuerpo decayó a un ritmo más acelerado.

††††

Despertó de repente cuando algo picó su ojo y unas voces agudas chillaban algo que no comprendía.

Luego sintió por un segundo que se ahogaba al entrar agua por su boca en un flujo constante, que se detenía por un momento y luego era sumergido nuevamente en la corriente.

La extraña sensación de ser y no ser al mismo tiempo se desvaneció cuando el mundo oscuro en el que había permanecido, de pronto se iluminó a través de las mentes de unos jóvenes sucios y curiosos que lo sujetaban con una vara de la cuenca de su ojo izquierdo y que intentaban limpiar la secreción oscura en el río y después de un par de intentos lo arrojaron a la tierra.

― ¿Qué forma de tratar a un Lord es está, pequeños rufianes? ― enfurecido se dirigió a la mente de los tres muchachos que lo miraban con curiosidad. Los dos más grandes corrieron aterrorizados del lugar, gritando que un demonio poseía la máscara. Pero el más pequeño, se acercó a ella y la tomó entre sus manos.

Se asombró al notar que su consciencia seguía ligada a su don de manipulación, lo único que hacia falta era una entidad corpórea. Entonces probó su suerte.

―Gracias― dijo con voz digna el Lord ―ahora ¿podrías hacerme el favor de ponerme sobre tu cara?

Y el muchacho, embelesado por las dulces palabras de la máscara, obedeció, sin que su mente opusiera resistencia. Su cuerpo se sacudió violentamente, su espalda se arqueó al punto de casi quebrarse y sus manos rígidas parecían las ramas retorcidas de un árbol. Y de pronto, el cuerpo se quedó laxo y cayó de rodillas sobre la tierra.

El Lord miró sus manos, nunca había visto a un ser tan pequeño. ¿Es esto a lo que llaman niños? En Alagadda, existen en la forma de un mito lejano, que dice que es la forma débil que un ser tiene cuando es joven, pero nadie recordaba haber visto alguno, porque todos los engendros que nacían en Alagadda eran prontamente sacrificados.

Miró a través de las memorias del chico, y reconoció las formas de este nuevo mundo, la noche y el día, sus colores y de aquella infinita gama solo le importaba uno, Sylvain le había dicho que sus ojos eran de ese color, como el cielo de un despejado día de verano.

Con su mirada en el cielo, extendió su mano para tocarlo. Estaba tan lejos, justo como Sylvain. Últimamente pensaba demasiado en él, sin entender por qué y de pronto entremezcladas en sus memorias aparecieron las del chico, una figura femenina un poco más pequeña que él, con cabello revuelto y cobrizo, llena de pecas, el corazón del chico palpitó con fuerza.

"Apenas soy un aprendiz, pero cuando sea herrero, quiero casarme contigo" dijo el chico y la niña en su memoria se puso tan roja como su cabello. El corazón del muchacho latió con más fuerza. "I love you". Le dijo mientras sostenía su mano.

"I love you" estás palabras tenían el mismo significado que "je t'aime" y se sentían igual.

Esto era lo que sentía Sylvain por él. Esto era lo que él sentía por Sylvain.

 Esto era lo que él sentía por Sylvain

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Contigo Hasta El FinalWhere stories live. Discover now