XV. Excessif

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Sylvain miró al hombre de la máscara angustiada perderse más allá del horizonte y contuvo el impulso de correr tras él. Nunca había imaginado que las cosas terminarían repentina y pacíficamente, apenas un par de reproches y sin represalias.

Quizá esto era lo mejor.

Hacia algún tiempo Dyo le parecía agotado, apático, incluso se atrevería a decir que infeliz.

Y Sylvain sabía cuál era la causa.

Dyo por alguna razón parecía obligado a protegerlo, aunque ambos sabían que ninguno lo necesitaba. Sylvain era capaz de cuidarse por sí mismo, ya no era tan ingenuo y era más precavido.

Pero Dyo se negaba a dejarlo solo, siempre al pendiente de dónde estaba, con quién hablaba y lo que hacía.

"Trabajas demasiado, vamos a caminar, la noche es linda" le decía Dyo una y otra vez.

"Ahora no, estoy ocupado, más tarde" respondía y la máscara solo suspiraba y se quedaba quieto observándolo desde algún rincón hasta que necesitaba un nuevo anfitrión y ambos salían en busca de un nuevo cuerpo y tal vez un paciente.

—Estábamos estancados en la rutina — dijo agitando el escalpelo en su mano — y la falta de intimidad lo empeoraba.

Un gorjeo incomprensible salió de la garganta de su paciente curado, el hombre sostenía una bandeja con instrumentos quirúrgicos, de la que el doctor tomó unas tijeras para cortar una arteria y luego pinzó los extremos para evitar que su paciente se desangrara.

—Y se indignó por qué le dije que hiciera lo que quisiera.

—Blergh.

—Claro y tenía que salir lo de Alagadda.

—Glorjdn.

—¿Cómo lo supe? Estuve ahí poco tiempo después de nuestro primer encuentro en Francia. Su moneda no valía nada y uno de sus sirvientes me ayudó a salir de ahí y me recomendó jamás regresar.

El doctor inyectó un líquido oscuro directamente en la arteria y procedió a suturar.

—Creo que solo quería un pretexto para alejarse de mí, sin sentir culpa.

Sus hábiles manos temblaron y se picó con la aguja, su sangre se mezcló con la sangre del paciente, que poco a poco despertaba.

—Glupsls kakkfgh.

El hombre curado le ofreció un lienzo, el doctor se secó una lágrima y luego limpió los restos de sangre en sus manos.

Merci — respondió con tristeza, sin embargo, tenía la certeza, que, sin importar el tiempo, sus caminos se volverán a cruzar.

††††

Falta poco para que dé inicio la Cuaresma de 1896 y sus pasos lo han traído a Venecia. No puede negar que fue atraído por la noticia de que habría un carnaval. Y aquí está vestido con una larga capa de terciopelo negro y botones dorados, un par de plumas negras adornan su máscara, su traje es simple, pero suficiente para no desentonar.

De su brazo, su etérea y mortecina acompañante vestía un traje rococó, adornado con cuentas brillantes y finos brocados de oro y plata. A la luz cobriza del hermoso atardecer en el puente de Rialto, la mujer lucía una exuberante vida libre de Pestilencia.

Sylvain paseó con ella por todo el Carnaval, la joven mujer le servía de excusa para declinar invitaciones al baile y escapar de multitudes, argumentando que estaba algo indispuesta y debían retirarse hasta que al fin se cansó de buscarlo.

De nuevo, en el puente de Rialto, pero en la otra orilla contemplaba el amanecer, con la mujer abrazándolo por la espalda y tarareando una vieja canción de cuna.

Contigo Hasta El FinalWhere stories live. Discover now