XIII. Nier et négocier

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ADVERTENCIA
GORE

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―Sylvain déjala, está muerta.

―No, aún puedo percibir la enfermedad en ella ―dijo desesperado ―si curo la enfermedad, ella estará bien.

Su voz se quebraba y parecía que empezaría a llorar, con sus manos temblorosas sacó una jeringa y le inyectó un líquido aceitoso esperando alguna reacción. Pero no pasó nada. La temperatura bajó y la cubrió con una manta, llenó sus pulmones con el mismo aire que él respiraba, trato casi sin fuerza, de obligar a su corazón a volver a latir.

Así pasó un largo rato, intentando todo cuánto estuvo a su alcance.

―Sylvain ―Dyo tocó su hombro y fue ignorado.

―Sylvain, Syl...

De pronto Sylvain se incorporó y caminó sin rumbo, tambaleándose con cada paso hasta que las piernas le fallaron y cayó al suelo pesadamente. Dyo, que solo le había seguido con la mirada, corrió a él en cuanto lo vio caer.

Se había desmayado.

††††

Despertó al escuchar un fuerte trueno, afuera una lluvia torrencial se había desatado y ocasionalmente el cielo se iluminaba con los rayos, seguidos nuevamente del estruendo. Sylvain tenía los dedos entumecidos por el frío y la humedad y comenzó a frotar una mano contra la otra.

―Bebe te hará bien ―Dyo se acercó y le extendió un vaso con licor. Su rostro de porcelana tenía un tenue brillo naranja, reflejo del fuego ardiendo en la chimenea.

Sylvain lo ignoró, solo escuchaba la lluvia golpear contra el tejado, dejando a Dyo con la mano extendida.

―No me obligues a dártelo a la fuerza ―estaba llegando al límite su escasa paciencia.

El doctor se lo arrebató y lo bebió de un trago.

Ambos estaban de mal humor, encerrados en una casa lejos de cualquier otro contacto humano, en medio de una tormenta y Sylvain no dejaba de pensar en aquella mujer.

Era la primera persona con que se cruzaban desde que había salido del hogar de Adeline. La mujer andaba sola y tenía un semblante pálido, los ojos tristes y a su alrededor algo, no sabía cómo describirlo, pero estaba seguro que aquello era lo que él, llamaba Pestilencia.

Nunca antes había podido percibir la enfermedad con tanta claridad. Fue capaz de verla, como una especie de vapores inmundos y tenía un olor acre que picaba en la nariz como el amonio y le amargaba el gusto. Y creyó que incluso podría tocarla, tomarla entre sus manos y extraerla.

Y ese fue su error.

La muerte le dijo que lo pagaría.

Pero la gente muere ¿No?

La vejez, la violencia. La enfermedad. Es todo parte del ciclo natural de las cosas. Todo tiene un fin.

Quizá fue demasiado arrogante para creer que podía cambiar algo. Ir contra la naturaleza. Desafiar a la muerte.

No.

Él era un doctor, él estaba en lo correcto. Él tenía una vocación y una misión en este mundo. Aquello solo había sido un bache, un pequeño tropiezo en su camino hacia la verdadera cura.

Llenó otro vaso de licor y se lo bebió de un trago y luego otro y así hasta que se acabó la botella.

La máscara lo observó en silencio mientras las gotas de lluvia golpeaban sobre la ventana y percibió sutilmente las emociones ardiendo en el pecho de Sylvain que, con diario en mano, comenzó a repasar sus notas.

Contigo Hasta El FinalWhere stories live. Discover now