XVI. The power of one.

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Alarmas, disparos, gritos.

Luces parpadeantes y tremores constantes.

Y Sylvain no se inmutaba, se había desconectado del mundo y sus amargos recuerdos se repetían una y otra vez en su mente.

"No pude salvarlas."

"Solo he causado dolor, pena y muerte."

"Soy un monstruo."

"No merezco vivir."

De pronto la temperatura bajo y el aire se llenó con una esencia familiar. La pequeña muerte lo miraba desde el rincón mas oscuro de la celda, envuelta en su capa negra y raída, había venido a recolectar las almas de las victimas del caos que se apoderó del sitio.

Pero no la de Sylvain y silenciosa, como apareció, se desvaneció en la oscuridad.

"Y la muerte no es una opción."

De pronto la puerta se abrió, la silueta esbelta y alta del investigador apareció en la penumbra y caminó hasta la cama donde 049 reposaba.

―Disculpa la demora ¿Cómo te sientes? ―preguntó casi al mismo tiempo que tomaba asiento sobre la cama, entonces se percató que Sylvain estaba atado a los barandales y gruesos guantes de cubrían sus manos. Sangre seca enmarcaba su rostro avejentado, la piel marchita, más gris que pálida y el cabello entrecano y revuelto, plumas asomándose aquí y allá, lucia cómo una sombra nostálgica del hombre que era.

―Terrible ―respondió 049 con voz áspera, sin mirar al investigador, hasta que la mano de Eckhart envuelta en por un guante de látex, se posó sobre su mejilla y a pesar del material pudo sentir la calidez extinguiéndose lentamente.

Con ojos inexpresivos dirigió su mirada al rostro de Eckhart, gruesas manchas negras y antinaturales rodeaban sus ojos, una sonrisa maligna dibujada en su rostro. Este hombre no era el mismo investigador.

―¿No me reconoces querido? ―el tono de voz ya no era el de Eckhart, era el de alguien más.

Los labios de Sylvain temblaron incapaces de articular palabras.

―He venido por ti, querido Sylvain, salgamos de aquí ―y sin mediar más palabras, tentáculos corrosivos disolvieron las ataduras de 049 y en cuanto estuvo libre el doctor de la plaga se alejó tanto como pudo.

―Vete, no quiero verte a ti.

―¡Oh Sylvain! No te entiendo, primero estas desesperado por verme y luego al único que quieres es a Eckhart, bueno pues aquí esta o algo así.

Sylvain se agazapó en un rincón, temblando en silencio y Dyo lo acorraló, el cuerpo de Eckhart tan cerca de él, que podía escuchar el tenue y arrítmico latido del hombre moribundo.

―Perdóname, Sylvain, todo lo que he hecho, ha sido por ti. Porque te amo.

Sylvain no respondió.

―Te amo Sylvain, por eso voy a sacarte de aquí.

Sylvain se quedó inmóvil en el rincón.

―Nos iremos de aquí quieras o no.

Dyo sujetó a Sylvain del brazo y lo jaló con toda su fuerza, obligándolo a ponerse de pie y prácticamente arrastrándolo lo saco de la celda de contención. En el umbral de la puerta, Dyo recogió la bolsa del doctor que Eckhart había confiscado y se dirigieron a la salida.

Aunque aun se escuchaban ruidos de lucha y gritos y disparos, al parecer todo comenzaba a calmarse, fue entonces que un grupo de guardias especializados se encontraron frente a ellos. Pero Dyo ya los estaba esperando y zarcillos corrosivos descendieron desde el techo sobre los hombres armados disolviendo el equipo táctico, la ropa, la piel y sus armas. Los pocos que lograron escapar de la secreción cargaron contra sus propios aliados, completamente manipulados por 035 y luego se suicidaron.

Contigo Hasta El FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora