Era el verano antes de comenzar la escuela, y Aurora estaba preparándose para entrar a su último año en Hogwarts.
Los planes de tranquilidad y soledad cambian cuando su padre decide que el joven Malfoy se quedará mayor parte del verano en la Man...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Aurora no vió a Draco los días posteriores a su encuentro en la oficina del señor Sinclair.
Ella estaba preocupada de que la estuviese ignorando por lo ocurrido, pero el temor se fue cuando supo que en realidad su padre lo mantenía ocupado la mayoría del día con la excusa de que necesitaba enseñarle un par de cosas más antes de partir a Hogwarts.
Miradas y pequeños roces era lo único que sucedió entre ambos durante esos días, pues la mansión se encontraba inusualmente llena de gente, y por ende, no había instancia alguna en la que se encontraran solos.
Aurora sin embargo, no se apenó por la ausencia de Draco, ya que sus hermanos pasaban la mayoría del día junto a ella, jugando juegos de mesa muggle y un ajedrez mágico que tenían desde que eran pequeños.
También pasaba mucho tiempo con Susan en el jardín, ya que comenzó a tomar los turnos de noche, dejándola libre durante el día.
Quedaba menos de una semana para tomar el tren a Hogwarts, y la chica pasaba constantemente pensando en lo que sería de ella y el platinado una vez que estuviesen allá.
Las ganas de entrar a su último año iban desapareciendo de a poco con el sólo hecho de pensar que no volvería a sentir las manos de Draco acariciando todo su cuerpo. Últimamente, todos sus pensamientos estaban inundados con esos ojos grises y su cabello platinado.
Ella se encontraba constantemente recordando sus labios besando cada parte de su cuerpo, mientras sus dedos la penetraban y la hacían sentir como si estuviese a punto de romperla por completo. Sería una mentira decir que no tuvo que recurrir a sus propios medios en las noches para calmar el deseo de tenerlo una vez más encima de ella.
—Hija, llevas media hora mirando esas arvejas, ¿te hicieron algo? —la voz de su padre la sacó de sus pensamientos de golpe.
Aurora levantó la mirada y se sonrojó al encontrarse con un par de ojos grises mirándola atentamente. En sus labios se asomaba una sonrisa juguetona y disimulada, causando que se pusiera nerviosa de inmediato.
—Lo siento, padre, sólo estaba pensando en lo poco que queda para mi último año —le respondió desinteresadamente a su padre, mientras jugaba con los vegetales en el plato frente a ella.
—¿Sigues con la idea de ser sanadora, cariño? —Susan preguntó, mientras tomaba un sorbo de la copa de vino entre sus manos.
Desde que era una niña, Aurora siempre ha soñado con ser una sanadora en San Mungo, como Susan. Era un trabajo que le encantaba, y la idea de ayudar a personas que lo necesitaban la hacía muy feliz
—Por supuesto, Susy —respondió a la mujer— ¿Aún está el programa de verano del que me hablaste? —preguntó Aurora, tomando un sorbo de su vaso con agua.
