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Quedé totalmente anonadada al ver como movía las piernas e intentaba quitar la soga de su cuello. Se podían escuchar ahogados sonidos que salían de su boca, en su desesperado intento de respirar.

Me di la vuelta y observé a Tiago mirar la escena con los labios fruncidos, mientras Engel llevaba una de sus manos a su boca, reprimiendo una arcada.

—¿No tendrás un cuchillo bien afilado en tu kit de asesino? —cuestioné tirándole una mirada al pelinegro.

Con una sonrisa abrió el maletín y sacó lo que le había pedido. Antes de venir, le había dicho que trajera consigo varias herramientas para acorralar y atormentar a mi abuela, no le pedí un cuchillo, pero el muchacho es bien prevenido.

Me hice a un lado para permitir que él pudiese cortar la soga, ni siquiera tuvo que subirse en algo, pues su tamaño le permitió hacerlo con tan solo levantar el brazo.

El cuerpo de mi tía impactó contra el suelo como si fuese un costal de papas. Llevó una de sus manos a su pecho mientras deseperada retomaba la respiración. Su cara estaba totalmente colorada, parecía como si estuviera a punto de desmayarse.

Una de sus manos fue a su cuello y, pude notar como su pálida piel estaba enrojecida, al igual que tenía varios rasguños por su vano intento de desatarse.

Pasaron alrededor de media hora hasta que María pudo recuperarse por completo. Pues al percatarse de que tenía a la chica tragedia y al dueño de la casa prohibida frente a ella, no hizo más que desplomarse. Por suerte, Tiago no solo tenía objetos para quitar la vida, también tenía para salvarlas... Logramos despertar a mi tía, pero ella cada vez volvía a desmayarse. No fue hasta que fui a la cocina y busqué una pastilla que ni idea para qué era, pero eso la relajó.

Y cuando digo que la relajó lo digo en serio. Tanto que la mujer parece estar en una fiesta en otro mundo, subida en unicornio bailador y bebiendo ambrosía.

—¿Has estado con una Serfiana? —le preguntó a Tiago de manera provocativa.

—No, aún no...

—Somos muy buenas en la cama. Quien nos prueba se vuelve adicto. ¿No quisieras un poco de esta mujer con mucha experiencia?

Tiago rio y siguió atando a María a la silla. Sus manos se movían con ligereza sobre las cuerdas y, a la hora de hacer los nudos le quedaron perfectos, tanto que me hice una nota mental de decirle que me enseñara a hacerlos.

—No lo dudo —respondió dándome una mirada de reojo, divertido.

—Oh, sí. Sabemos unos trucos infalibles.

—¿Será cierto? —preguntó a Engel, pero este parecía no querer hablar.

—Pues claro, muchacho. Para eso son las clases de como ser una buena esposa.

—Interesante... pero no me van las mujeres mayores, al menos no tanto. Usted podría ser mi...

—Calla, muchacho. Esto de aquí... —Le dio una mirada a su entrepierna— no pide identificación. 

—¡Ya basta! —grité, haciéndo que Tiago se levantara y se pusiera tras de mí.

Busqué una silla y la posicioné frente a María.

—Mi bisabuela eligió mal tu nombre... —le dije.

—Sí... de virgen solo tengo eso.

Hice una mueca de asco, pero a mis espaldas pude escuchar la risa de Tiago.

No sé que pastilla le había dado a mi tía, porque la mujer que tenía delante para nada era la María que yo conocía. Sin embargo, creí que era una ventaja, ella parecía más abierta de lo normal, quizás podría responder todas las preguntas que le hiciera.

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora