14

18K 1.7K 843
                                    

~La felicidad es efímera, el sufrimiento  persistente, pero el placer es adictivo

Iba caminando con una sonrisa boba cuando de repente cinco hombres se aparecieron en mi campo de visión. Inmediatamente sostuve el arma y apunté con fiereza, pero una mano en mi espalda baja hizo que guardara un poco la calma.

—Tenemos carne fresca, me encanta —susurró unos de los hombres. Era del mismo tamaño de Tiago, pero más corpulento. Su rostro y el tono de su voz tenían algo que me causaba repulsión.

Los demás que acompañaban a este, se tronaron los dedos y la cabeza. Nos miraban como lobos hambrientos, con altas ganas de destripar lo que fuese.

Respiré profundo y le quité el seguro a la pistola.

—Oye, niña, ¿crees que nos vas a asustar? —Se rio uno caminando hacia mí.

—¿Sabes pelear? —cuestionó Tiago en mi oído.

—No, pero sí dejar unos bonitos hoyos en la frente.

Se rio antes de dar un paso hacia atrás y dejarme con el grandulón aproximándose hacia mí.

No sabía qué estaban esperando, pero los demás se quedaron expectantes y con sonrisas divertidas mientras nos acorralaban.

Ni siquiera esperé que el hombre llegara hasta mí. Apreté el gatillo y le disparé en el hombro haciéndolo dar un paso en falso, luego en el otro y finalmente en el pie, hasta que el hombre calló gruñendo de dolor.

Esa fue la gota que derramó el vaso. Tres hombres se tiraron encima de Tiago y el restante se abalanzó hacia mí.

Estuve a punto de disparar de nuevo, pero el moreno me dio un empujón que me hizo caer de golpe al suelo. La pistola cayó rodando y me arrastré tratando de alcanzarla, pero me agarró por las piernas tirándome hacia atrás.

Quise voltearme, pero antes que lo hiciera algo impactó mi cabeza con fuerza haciéndome perder el conocimiento.

•••

Encogida en un rincón, con los brazos rodeando mis piernas y lágrimas descendiendo por mis mejillas me encontraba en aquel lugar lleno de oscuridad.

Y lo peor de todo era que el malnacido sabía mis puntos débiles. Él estaba al tanto de todo, de alguna u otra manera sabía que estar allí a oscuras revivía el recuerdo de mi madre.

Y eso me llenaba de impotencia, porque por más que me obligaba a olvidar o alejar esos malos pensamientos; mis intentos eran en vano. ¿Cómo aquel podía ser una persona tan despiadada? Parecía que no era suficiente  verla morir frente a mí, tenía que seguir torturandome por algo que no tenía caso.

Escuchaba gotas de agua caer al suelo, pero ya no era como días anteriores, ya el sonido no me causaba irritación; sino me calmaba.

Escuché una puerta abrirse con una lentitud que hizo que escondiera la cara entre mis piernas.

¿Y si era esa persona? La misma que separó a mi mamá a rastras de mí. 

Podía sentir como se acercaba. El sonido de sus pasos se hacía cada vez más cercano, solo pensar en lo que podía hacerme me daba un poco de temor.

De pronto los pasos se detuvieron y levanté la cabeza como por inercia, pero era inútil; no podía ver nada. Aún así, sentía que estaba en alguna parte, quizás cerca de mí, ¿y si estaba a mi lado? ¿O en frente?

Sentía el corazón latiendo muy fuerte, mientras no dejaba de respirar forzadamente. Es que mi mente me estaba traicionando, me reproducía todas las cosas que habían sucedido y que de alguna u otra forma hacían revuelo en mí. Escuchaba aquella voz que me atormentaba, esa maldita y asquerosa voz que hizo que pasara noches en vela.

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora