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Narrador desconocido

Había pasado un mes desde que Adelin cumplió veinte años. Primera vez en mucho tiempo que la vi feliz y sin preocupaciones. Verla en ese estado provocaba querer arrebatarle esa pizca de alegría, quería que pasara una linda noche y que por la mañana despertara al lado de un cadáver.

Romántico, ¿no?

Yo siempre estaba cerca, acechandola desde las sombras. Su error era creer que solo las personas de su pasado podían ser culpables, pero lo que ella no sabía era que cada persona a su alrededor era partícipe de lo misterios que la envolvían.

Las cosas no eran tan simples como Adelin pensaba. Un asesino serial comenzó a recrear las escrituras de una niña enfurecida con la sociedad.

O esto: Un loco se obsesionó con una chiquilla, mató a su madre y siguió la secuencia para incriminarla. Le dejaba cartas y la ponía en situaciones traumáticas. Acechaba cada oportunidad que tenía para secuestrarla, drogarla y luego dejarla junto a un cadáver para que recuerde la muerte de su ser más querido. Como si fuera poco, revivir la escena en la que estuvo cautiva cuando su madre aún vivía. 

Se escucha descabellado, ¿eh?

Yo no maté a Cassandra Rivas, sin embargo, estuve allí. Torturé psicológicamente a Adelin, le hacía creer que todo lo que escuchaba era producto de su imaginación. Cierro mis ojos y puedo verla, acurrucada en una esquina murmurando repetidamente "Es solo un sueño" . Su cuerpo temblaba, la situación era tan catastrófica que si otra persona lo estuviese presenciando sería capaz de ponerse de rodillas ante mí para que la dejara en paz. Ella estaba tan asustada que el sonido de gotas de agua era suficiente para que se espantara.

Sinceramente, era admirable verla después de eso con la frente en alto y lista para lo que viniera. Cualquier otra persona en su lugar se hubiera ahogado en su miseria, pero ella no, la muy maldita parecía hacerse más perseverante cada vez que yo le hacía algo.

Y maldita sea. Eso hacía que mi interés por ella creciera

La verda era la siguiente: Una mañana seguí a Adelin cuando fue a visitar la tumba de su madre. Mi objetivo era matarla en ese momento, pero lo que la chiquilla confesó en aquel lugar me dejó inspirado. No era tan inocente como le hacía pensar a todos. Escuché atentamente sus declaraciones, maquinando cómo usarlo en su contra. Entonces hizo lo más estúpido que se le pudo ocurrir, dejó el cuaderno de sus canciones. Que más que eso, era una entrada a su retorcida mente. Al leer lo que decían aquellas hojas quedé asombrado; Adelin estaba loca. Entonces decidí que ella no debía morir, sino sufrir.

Quizás le hubiese hecho un favor al matarla, porque lo que va a ocurrir cuando ella cumpla veintiún años será algo que ella no podrá aguantar.

Lo peor, personas cercanas a ella la están traicionando. Y el día que se de cuenta, quizás sea la mayor decepción.

No me obsesioné con Adelin por arte de magia, no la vi y dije a esa le voy a joder la vida. Ella y yo tenemos historia, aunque quizás no lo recuerde.

La gente debe entender que todo en esta vida tiene peso, que debemos aprender a elegir nuestras palabras y acciones, porque algo tan simple como aquello puede costarnos la vida.

Yo solo quería matarla y así librarla de tanto sufrimiento, pero no, ella me dio motivos para hacer de su vida una agonía.

—Todavía le andas dando vueltas, ¿verdad? —le pregunté al muchacho. Él estaba sentado en una silla con la mirada perdida y la capucha cubriendo su cabeza.

Al escuchar mis palabras posó su mirada en la mía. Su rostro reflejaba el enojo que cargaba en ese instante, pero él debía entender que las cosas se hacían a mí manera.

—Dijiste que la dejarías en paz hasta que cumpliera los veintiuno. Pero no, el desquiciado tiene que aumentar todo.

—Ya deja la lloradera, solo fue un ultimátum. La dejé pasar un bonito cumpleaños, era justo que ya empezara el sufrimiento. 

—Diez muertes en un mes —espetó con furia—. La vas a volver loca. Cuando por fin el ojo de la gente estaba lejos de ella, lo volviste a fijar. ¿Has visto las malditas noticias? Los ciudadanos están histéricos.

—No entiendo qué te preocupa.

—Me dijiste que sería una muerte por mes.

—¿Quieres que te mande a enviarle una carta? —Ya había colmado mi paciencia—. O mejor, déjame ver que más canciones tiene la muchacha. —Hice ademán de pararme de la silla, pero él se apresuró a negar desesperadamente. 

—Ya, déjalo. Lo que está hecho, hecho está. 

—Hmm, qué rápido cambias de opinión. 

—Estás haciendo las cosas mal... —mencionó mi nombre—. La estás confundiendo. De esas diez víctimas solo dos cumplen con lo de las canciones. Las demás eran personas inocentes, gente que no tenía nada que ver con ella.

—¿Qué más da? Estaban calcinados, Adelin no sabe quiénes son.

—¡Los medios han reconocido los cadáveres! ¿Por qué? Porque dejas algo de la víctima en cada escena del crimen. Eres un idiota.

—Aún no entiendo porqué te pones así por ella, si ambos sabemos que...

—Cállate. La verdad que no entiendo cuál es tu obsesión por hacerla revivir mil veces la muerte de su madre.

—No lo entenderías.

—Solo —dijo respirando profundo mientras se masajeaba las sienes— espero que a partir de ahora sea una muerte por mes.

Lo miré fijamente y apreté la mandíbula. Hoy estaba siendo muy flexible con él, y eso acabaría.

—Recuerda que yo doy las órdenes y tú las obedeces. No me hagas enojar, porque entonces lo va a pagar ella.

Nota de autora:

Es doble actualización, así que ve a leer el próximo capítulo. ❤

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora