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Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente alejado de ella.

~Aristóteles

•••

—Engel, ven acá —llamé al rubio que se aproximaba hacia las escaleras.

Él detuvo sus pasos, me miró de reojo y esbozó una mueca antes de girarse hacia mí. Su cabello estaba un poco más largos, bajo sus ojos descansaban unas leves marcas moradas y tenía un aspecto desarreglado. Él últimamente la estaba pasando mal, tenía pesadillas con lo sucedido con su madre, no conseguía ver a sus hermanos y por más que quería, no era capaz de visitar su casa.

Yo no lo dejaba solo, porque sabía que en ese momento los pensamientos negativos saldrían a flote en su mente. Cuando me sentía hundida lo que me hacía levantar era alejarme de todo, pero él necesitaba tener a alguien cerca. A pesar de que nuestras situaciones eran distintas, entendía cómo se sentía. Lo bueno era que por el día Engel trataba de mantenerse ocupado, ayudaba con la limpieza, salía a comprar, hacía ejercicios en el jardín, podaba el césped... Se mantenía un tanto lejos de mi tablero de detective, pero lo comprendía. Después de mi cumpleaños las cosas se pusieron peor, empezaron a llegar más cartas, volví a desaparecer, hubieron más muertes, las cosas estaban fuera de control. Y las noticias eran un fastidio, parecía que no encontraban otra cosa qué comunicar que no fuese sobre la chica tragedia. ¿Por qué no hablaban del bosque de la perdición? ¿Que la hija del pastor resultó ser una genocida? Ni siquiera su muerte ni ninguna de aquellos que murieron en la casita fue mencionada.

Y ahora que lo pensaba, eso era más común de lo que imaginaba; a lo largo del tiempo había visto muchas personas del pueblo desaparecer, los veía una mañana en la iglesia y jamás volvía a saber de ellos. Nadie preguntaba ni decía algo al respecto. Como era una niña inocente lo más lejos que tenía era que esas personas hubiesen muerto, porque su familia avisaría ¿no? Eran muy pocas la gente que abiertamente decían que habían fallecido, las demás se esfumaban por arte de magia. Y era raro, un pueblo en el que sus ciudadanos se alimentaban del chisme.

Caminé hasta la sala y me senté en uno de los sofá mientras Engel tomaba asiento en el del frente. Él estaba nervioso, no creía que tuviera la impresión de qué iba a preguntarle, pero sin duda algo le preocupaba.

¿Cuánto me ocultas, Engel?

—Te voy a preguntar algunas cosas y necesito que respondas con la verdad —le dije, mirándolo fijamente. Él solo se limitó a asentir.

—Está bien.

—No te lo había preguntado porque en el fondo pensaba que me lo dirías, pero han pasado meses y no has dicho ni una palabra con respecto a eso.

—Ya dime de qué se trata. —Desvió la mirada queriendo hacerse el desinteresado, pero tenía las mejillas coloradas y no dejaba de toquetear el brazo del sofá con los dedos.

—Iré por partes. ¿Dónde fueron Tiago y tú cuando me dejaron en el hotel? La primera vez que fuimos a la ciudad del Este.

—Es obvio. Si cuando llegamos estábamos vestidos para la ocasión...

Entrecerré mis ojos hacia él.

—¿Dónde fueron? —volví a repetir.

—A un lugar donde nos dieron un masaje, nos ayudaron a escoger ropa y luego fuimos por algo de comer...

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora