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~Entre la vida y la muerte solo hay un paso, así como puedes darlo y ahogarte en la oscuridad, también tienes la opción de retroceder. Pero hay muertos en vida y otros que sentenciaron su agonía por una mala decisión.

Si hubiese sabido que irme con mi madre de vacaciones para arreglar nuestros problemas traería estas consecuencias, me hubiese quedado dormida aquel día.

Las cosas que sucedieron iban a suceder aún si hubieras evitado lo que la ocasionó. 

Me encontraba apretujada entre un estante y Tiago, sentía la pierna derecha entumesida por estar tanto tiempo en esa incómoda posición. ¿Cómo habíamos llegado a estar en un armario? La cosa es que tuvimos que viajar hasta Aniel porque desde allí había salido la ambulancia que recogió a María, pero cuando entramos al hospital Tiago vio a alguien y tuvimos que escondernos.

No sabía como él se había enterado de lo que estaba pasando, mucho menos la razón por la que decía que era María o yo. Traté de ralentizar mi respiración y dejar de pensar en todo eso, en ese momento lo que importaba era salir de allí, luego habría tiempo para que el pelinegro alto que me estaba asfixiando con su corpulento cuerpo me contara todo lo que estaba pasando.

—Si no hay nadie iremos directo al objetivo, sino improvisa —susurró abriendo la puerta con lentitud.

Cuando por fin salí al pasillo pude respirar con normalidad. Estaba desolado y lo agradecí, al menos no tendría que lidiar con gente por varios minutos.

—Te sienta bien el rojo —halagó Tiago poniéndome una mano en la espalda baja para que comenzara a caminar.

Estábamos vestidos como enfermeros, pero yo traía una peluca roja y lentes de contacto.

—Recuérdame porqué es necesario que lleve todo esto.

—Están tratando de matarte. 

—¿Tú cómo sabes eso?

—Dulzura —hizo una pausa—, céntrate, por favor.

Respiré profundo y seguí caminando. De seguro tenía el labio todo rojo de tanto morderlo.

En la planta en la que nos encontrábamos no había nadie, pero minutos antes Tiago afirmaba que nos estaban siguiendo. El pequeño plan que teníamos en mente era entrar a la habitación donde estaba María e inyectarle algo en el suero. Odiaba que Tiago me dijera las cosas a medias, pero lo más que podía hacer era actuar conforme a lo que creía conveniente.

Llegamos hasta la segunda planta, directo hacia las habitaciones de los pacientes. Pasamos por la recepción donde estaban las enfermeras, estas nos dieron una mirada inexpresiva antes de volver a poner atención en sus asuntos. Al parecer todas las personas de Aniel eran personas extrañas, todos compartían el mismo vacío en sus ojos.

Caminamos un poco más antes de doblar en un pasillo que conducía a otros dos. Tiago se giró de repente, agarró mis hombros con gentileza y clavó sus ojos oscuros en los míos. 

—Me quedaré aquí haciendo guardia —dijo sacando la jeringa de su chaqueta y dándomela —. Tú encárgate.

Miré el objeto en mis manos, luego a Tiago y asentí. Le di un leve empujón quitándolo de mi camino y comencé a caminar hacia el pasillo de la derecha, pero me sostuvo de la mano y me atrajo hacia él.

—Eres tú o ella, recuérdalo. Si sigue viva te va a matar, y no puedes morir sin antes resolver todo el misterio que te rodea.

—¿Ves vacilación en mi rostro? —Traté de mostrarme lo más segura.

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora