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•••

Los demonios del pasado suelen atormentar de vez en cuando. Pero está en ti el dejar que formen parte de tu presente o se queden atrapados en el ayer.


Cerré los ojos con fuerza mientras me incorporaba para sentarme. La cabeza me dolía con una gran intensidad, sentía como si se me fuera a explotar. Y bueno, no es como que me desagradara la idea, quizás de esa manera podría dejar de lidiar con tanta mierda de una vez por todas.

—¡Por fin! —exclamó una voz femenina—. Pensé que te habías muerto. 

Giré la cabeza y al abrir los ojos me encontré con una aliviada Tiana que rápidamente me envolvió en un abrazo y besó sonoramente mi mejilla.

Esbocé una mueca cuando se alejó. ¿Qué hacía ella aquí? Miré la habitación en la que me encontraba y caí en cuenta que era la de Tiago, habíamos vuelto a Serfol y obviamente a la casa prohibida, ¿qué rayos había pasado? ¿En qué momento habíamos regresado?

—¿De qué hablas?

—¿No recuerdas?

¿Qué se supone que debía recordar?

Tragué saliva y ella pareció comprender, así que añadió —: No digo yo, si tremenda borrachera la que te cargaste anoche. —Se miró las uñas—. Lo bueno es que ya despertaste.

¿Borrachera? Si apenas recordaba haber entrado a aquel edificio y a la habitación "de siempre" de Tiago.

—Pero...

—Tuviste suerte, ¿eh? No puedes tomar tanto, niña. ¿Si sabes que hay gente que se ha muerto por una congestión alcohólica?

Increíble, mi primera vez bebiendo alcohol y casi muero.

—¿Sabes qué pasó anoche? No recuerdo mucho.

Ella suspiró y saltó de la silla para sentarse en la cama.

—Bueno. Acompañé a Tialess a la ciudad del Este a cerrar unos negocios, no sabía que ustedes estaban por ahí. Luego muy tarde de la noche recibí una llamada de Tiago, me estaba pidiendo ayuda...

—¿Ayuda?

—Deja que termine de contarte. —Puso los ojos en blanco—. Parece que fueron a una fiesta, y... ehm... Tiago y tu amigo te dejaron sola... y... bueno, no sé cómo decirte... alguien intentó abusar de ti.

Abrí los ojos de par en par y apreté los labios. Asentí para que ella siguiera, pero esbozó una sonrisa nerviosa y me envolvió en un abrazo.

—No estás sola, Adelin.

—Gracias.

—No fue culpa de estar borracha, tampoco de tu vestido, mucho menos de que seas una diosa y que todos quieran contigo. La única culpa la tuvo el que quiso aprovecharse de ti, no lo olvides, bonita. Aceptar un trago no es una invitación, no quiero que te vayas a culpar por eso.

¿Sabes? Mis ojos se cristalizaron, pero no derramé ni una lágrima, y no era porque no quería, ansiaba mucho romperme en mil pedazos, pero me había acostumbrado a hacerlo en privado. Por otro lado, no sabía qué odiaba más, si el hecho de lo que sucedió nuevamente o que no podía recordar nada. El no saber qué más había ocurrido me tenía ansiosa.

—Te lo agradezco mucho.

Ella se alejó y pasó sus manos por su falda en un gesto de nerviosismo. Parecía que de verdad le preocupaba y, siendo sincera, quise abrazarla otra vez; no estaba acostumbrada a que los demás mostraran interés en lo que me pasaba.

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora