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¿Asesino serial?

Bajé la guardia y me mostré relajada.

—No te preocupes. Solo mato a chicas bonitas, por eso vine a este pueblo; las de aquí son pocas agraciadas. —Lo miré estupefacta—. Además, no ataco a los de mi bando.

Sus expresiones eran una confusión para mí. Él parecía un chico normal, tranquilo y sin rastro alguno de maldad. No había ninguna aura misteriosa a su alrededor, todo parecía tan sereno que te inspiraba confianza.

Aunque es obvio que un asesino no lleva un cartel de señalización en su frente.

Y eso era un punto a su favor, porque como dice el refrán:
En calma de mar no creas, por sereno que lo veas.》
Es que la tranquilidad de un mar en calma solo esconde la fuerza de un mar embravecido a nuestros ojos.

Y así era él. Por fuera sereno, por dentro tormenta.

En ese momento le agradecí a la vida haberme enseñado a no perder la calma y a aprender a manejar cualquier situación por más difícil que sea.

Esbocé una sonrisa y me acerqué a él, quedando frente a frente.

—¿Bando? A penas me conoces, ¿y ya estamos del mismo lado?

—Desde que entraste por esa puerta somos un equipo, dulzura. —Alabó inclinándose hasta llegar a mi altura. Me observó un momento antes de susurrar en mi oído—: Somos dos diablillos pecando en el mismo infierno.

***

Salí del cuarto de baño llevando una sudadera del desconocido, el cual aún no sabía su nombre. Había dormido en su habitación, y sin su permiso usé su baño y su ropa porque no pensaba andar desnuda por todo el lugar.

Me detuve a observar todo a mi alrededor. Las paredes eran igual de blancas como las demás. Su habitación era un lugar muy amplio, pero se notaba muy sencilla y vacía ya que no había decoraciones, ni siquiera un cuadro colgado en la pared. Solo había una cama matrimonial, una mesita de noche, un espejo y un sillón en una de las esquinas. 

Esto era un detalle que le quitaba lo normal.

Caminé por la habitación tratando de encontrar con la mirada algún objeto comprometedor. 

La casa era extremadamente grande, era extraño que él solo viviese allí. 

Miré hacia la mesa de noche, allí había un libro y al parecer un cuaderno de apuntes. También había algo que llamó por completo mi atención, había una pequeña esfera de cristal la cual contenía una corona; la misma corona que el chico tenía tatuada...

—Adelin.

Me giré de inmediato al reconocer la voz.

—¿Qué haces aquí? —pregunté acercándome a él. Su rostro emanaba felicidad.

Me envolvió en sus brazos haciéndome sentir reconfortada. Sentí su cuerpo tenso, él aún estaba preocupado.

Deposité un beso en su pecho antes de echar mi cabeza hacia atrás para observarlo. Sus ojos estaban hinchados y rojos, al parecer estuvo llorando. Tenía unas leves ojeras, de seguro no durmió en toda la noche.

—Engel...

—No sé que haría sin ti. Realmente sentí mucho miedo de perderte. Tenía tres días sin aparecer, levantarme y no encontrarte a mi lado fue lo más difícil. Luego, verte inconsciente y ensangrentada junto a ese chico fue lo peor. El pensar que te había ocurrido algo era mi tortura. Se supone que debo protegerte, pero no entiendo como te me vas de las manos.

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora