Capítulo 11

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  Mathías era un hombre ocupado, demasiado ocupado para obsesionarse con una mujer a la que apenas conocía y a la que no entendía en absoluto. Tenía informes que leer, llamadas por hacer y otras muchas cosas por las que no tenía ni ganas ni energía, pero se dijo que unos pocos besos no bastaban para distraer un hombre de su trabajo. Pero no había habido nada de siempre en aquellos besos. Disgustado se levantó de su escritorio y se dirigió a la terraza. La había dejado abierta porqur la brisa y la fragancia que había en ella ayudaban a olvidar que debía permanecer allí.
  Durante algunos días tuvo que esforzarse para cumplir con sus responsabilidades en un intento de olvidar su malestar, malestar que tenía nombre: Katherin. Podía haberse ido a dirigir sus negocios a Atenas, Roma o Londrés. Sin embargo, no hizo planes para viajar, aunque tampoco intentó aproximarse a ella. Aceptó que ella le preocupaba. Sentirse atraído por una mujer atractiva, era tan natural como respirar. Que esa atracción le produjera incomodidad, confusión y desasosiego no tenía nada de original. No había tenido suficiente con aquellos besos. No obstante, dudaba.
   Katherin era misteriosa; y quizá por eso no se la podía quitar de la cabeza. La impresión externa no hacía juego con su inocencia, timidez y dulzura. Quizá fuese un truco de las mujeres, que tal vez el perdería tiempo. Cuando la había besado, había sido como volver a un amor después de una separación dolorosa de vidas anteriores.
  Se dijo que eran fantasías; no tenía tiempo para divagaciones. Apoyado en la barandilla de la terraza encendió un puro y contempló al mar, éste le envocaba recuerdos de la infancia. Su padre le había enseñado a pescar y a descubrir bellezas y el encanto de los lugares nuevos. Hacía quince años, todavía echaba de menos a su padre, su compañía, su risa fuerte. Si el hubiese visto a la señorita Johnson, hubiera puesto los ojos en blanco y le había apremiado a su hijo para que la disfrutará, pero ya Mathías no era un niño. Si un hombre se zambullía en el mar, debía conocer su profundidad y sus corrientes; y lo mismo en el caso de las mujeres.

   Entonces la vio salir del agua, todo su cuerpo chorreaba brillando al sol. En los últimos días, su piel había adquirido un tono dorado. Mientras la miraba, notó que sus músculos se tensaban uno a uno. Sin que se diera cuenta, sus dedos se crisparon rompiendo el puro en dos; nunca pensó que el deseo podía suscitar una reacción tan próxima.
  Aunque él sabía que no podía saber Katherin que la estaba mirando, muy bien podría estar actuando cuando entró al bañador y con sus caderas de adolescente giraba sugerentemente sobre las curvas sinusoidales. Pero ella estaba absorto por completo en su propio placer, tan indolente como un animal joven tendido al sol.
   Luego se pasó los dedos por el cabello lentamente y sonriendo como si disfrutara con su tacto húmedo y dedos. Él sintió que el aire le faltaba en sus pulmones. Ella sacó su camiseta ancha de esas que les encanta a las mujeres del bolso, y entró descalza al hotel.
   Él se quedó en la terraza esperando a que el deseo pasará; pero creció aún más, mezclado con un dolor que le enfurecía una nostalgia que terminó por aturdirle. Debería ignorarla, por dios se acaban de besar ayer, pero el instinto le advertía que si no lo hacía su vida volvería a ser la misma.
    Ella no era más que una distracción, un impulso pasajero que debería ser capaz de resistir. Debía centrarse en trabajo, tenía citas y obligaciones, y no podía perder tiempo en fantasías lo que ya había construido.
   Tiró el cigarro, soltando un juramento diría yo. Había a veces en las que un hombre debía confiar en el destino y zambullirse en él.

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¿Creen en las otras vidas y en las corazonadas que les provoca ésta?
   Espero que les haya gustado🌟
Saludos y leo sus respuestas✋☺

Impulso [+18] ©Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt