Capítulo 20

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-¡Para! -gritó Katherin que ya se había repuesto de la primera impresión-. ¿Qué te pasa?

-Te estoy llevando a un lugar más adecuado para nuestra discusión.

La empujó al interior de un ascensor y pulsó el botón correspondiente a su piso.

-Pero tienes invitados -comenzó ella, pero él le lanzó una mirada que la hizo sentir como una estúpida; recuperando la dignidad, se urgió-. Prefiero que me pregunten si quiero marcharme antes de que me arrastren como si fuera una mula de carga.

Katherin escapó de Mathías y salió corriendo en cuanto se abrió la puerta del ascensor con la intención de meterse en su suite y cerrarle la puerta en las narices. Pero él, en dos zancadas, la alcanzó de nuevo. Katherin se encontró conducida sin demasiados miramientos a la suite de él.

-No quiero hablar contigo -dijo, temiendo que sus dientes empezarán a castañetear en cualquier momento-.

No sabía discutir ni siquiera en mejores circunstancia que aquellas, y frente a la ira de Mathías llevaba todas las de perder. Él no dijo nada; alojó su corbata y se desabotonó la camisa. Fue al bar y sirvió dos copas de brandy. Se estaba comportando de una manera irracional y era consciente de ello,pero no podía hacer nada para evitarlo. Aquello era algo nuevo; sin embargo, estaba acostumbrado a sentir emociones nuevas desde la llegada de Katherin.

Le ofreció una copa a ella y al mirarla quiso gritar, suplicar, pedir. El resultado fue que cuando habló, su voz fue cortante y dura.

-Has venido a Roma conmigo, no con Marcelo o con cualquier otro hombre.

Ella no tocó el brandy. Estaba segura de que se le caería de tanto que le temblaban las manos.

-¿Es una costumbre italiana? -preguntó con una calma que la sorprendió y reforzó su confianza en sí misma-. ¿Se le prohíbe a las mujeres hablar con otro hombre?

-¿Hablar?

Mathías todavía podía ver a Marcelo inclinar su cabeza sobre la de ella. Marcelo que era diestro y educado, que tenía un pasado parecido al que creía que tenía Katherin, una familia adinerada, una infancia privilegiada y tranquila, lo mejor de la sociedad.

-¿Dejas que todo el que hable contigo te abracé, te toque?

Ella no se sonrojó. Al contrario, se puso pálida; temblaba, pero no de temor, sino de furia.

-Lo que yo haga y con quién es asunto mío. ¿Me oyes? ¡Mío!

Deliberadamente él alzó su copa y bebió.

-No.

-Si piensas que porque he venido aquí contigo puedes darme órdenes, estás muy equivocado. Yo soy dueña de mí misma. No soy propiedad de nadie. ¡Ni de ti, ni de nadie! No recibiré órdenes, ni admitiré presiones de ningún tipo.

Se dio la vuelta para marcharse y él la volvió a alcanzar con suma rapidez sujetándole los brazos con ambas manos.

-No vas a volver con él.

-No podrías detenerme si fuera eso lo que quisiera hacer en este momento -dijo con tono desafiante-. Pero no tengo intención de volver con Marcelo, ni con nadie -dio un tirón para liberarse-. Eres un idiota. ¿Por qué habría de querer estar con él, si eres tú al que quiero?

Se quedó quieta, con la boca abierta. Abrumada por la humillación y la furia, se dio la vuelta. Al instante, se debatía en los brazos de Mathías.

-¡Déjame! ¡Suéltame joder!

-¿No pensarás que te voy a dejar ir?

Le apartó el pelo de la cara y sus ojos encontraron. Katherin vio en ellos, el triunfo y el deseo.

-Siento como si hubiera estado esperando durante toda mi vida oírte decir esas palabras.

Mathías dejó caer una lluvia de besos sobre el rostro de ella, hasta que ésta dejó de oponerme resistencia.

-Me vuelves loco -murmuró-. Quiero estar contigo.

-Por favor, necesito pensar.

Katherin sentía girar luces y colores en su cabeza.

-No; pídele lo que sea excepto más tiempo. ¿Crees que me pasa esto con todas las mujeres?

-No lo sé -dijo gimiento mientras él le besaba el cuello. Algo salvaje y terrorífico le recorría las entrañas-. No te conozco y tú no me conoces tampoco.

-Yo sí -dijo él apartándose lo suficiente para mirarla a la cara-. Desde el primer momento en que te ví, comprendí que te conocía, te necesitaba, te quería.

Katherin sabía que era verdad, pero negó con la cabeza.

-No es posible.

-Te he querido antes, Katherin, casi tanto como te quiero ahora.

Mathías Bellgrini sintió que ella se quedaba quieta. De nuevo el color abandonó su rostro, pero seguía mirándole a los ojos.

-No quiero oírte decir que no es real, que no estás seguro -replicó Katherin-.

-¿No lo sentiste la primera vez que te besé?

Cuando Mathías vio que ella asentía con su expresión, la abrazó más estrechamente. Sentía correr su corazón desbocado para igualar el ritmo del suyo.

-De alguna manera, yo he vuelto a ti y tú a mí. No hay más que hablar -y antes de que ella pudiera responder, añadió-. Te necesito esta noche.

Era verdad. Katherin comprobó la certeza de su aserto cuando sus bocas se juntaron. Y si no era correcto abandonarse al deseo, pagaría el precio que hiciera falta. Ya no podía seguir negándolo.

No hubo ternura en aquel abrazo. Fue como un hambre prolongada que al final se sacia. Ella dio más de mo que imaginaba tener. Su boca era tan ávida como la de él, sus murmuros igual de desesperados. Sus manos no temblaban al recorrer su cuerpo; acariciaba, presionaba, pedían. Codiciosa, le quitó la chaqueta.

Sí, él había vuelto a ella. Si era una locura creerlo, iba a estar loca por una noche.

Impulso [+18] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora