La Cámara de los Secretos (3/3)

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      —¡Ron! —grito—, ¿estás bien? ¡Ron!

—¡Estoy aquí! —La voz de Ron llegaba apagada, desde el otro lado de las piedras caídas—. Estoy bien. Pero este idiota no.

La varita se volvió contra él.

Escuchó un ruido sordo y un fuerte «¡ay!», como si Ron le acabara de dar una patada en la espinilla a Lockhart.

—¿Y ahora qué? —dijo la voz de Ron, con desespero—. No podemos pasar. Nos llevaría una eternidad...

Harry miró al techo del túnel. Habían aparecido en él unas grietas considerables.

Nunca había intentado mover por medio de la magia algo tan pesado como todo aquel montón de piedras, y no parecía aquél un buen
momento para intentarlo. ¿Y si se derrumbaba todo el túnel? Hubo otro ruido sordo y otro ¡ay! provenientes del otro lado de la pared.
Estaban malgastando el tiempo.

Ginny y Lyra ya llevaban horas en la Cámara de los
Secretos. Harry sabía que sólo se podía hacer una cosa.

—Aguarda aquí —indicó a Ron—. Aguarda con Lockhart. Iré yo. Si dentro
de una hora no he vuelto...

Hubo una pausa muy elocuente.

—Intentaré quitar algunas piedras —dijo Ron, que parecía hacer esfuerzos
para que su voz sonara segura—. Para que puedas... para que puedas cruzar
al volver. Y..

—¡Hasta dentro de un rato! —dijo Harry, tratando de dar a su voz temblorosa un tono de confianza.

Y partió él solo cruzando la piel de la serpiente gigante. Enseguida dejó de oír el distante jadeo de Ron al esforzarse para quitar las piedras. El túnel serpenteaba continuamente. Harry sentía la incomodidad de cada uno de sus músculos en tensión.

Quería llegar al final del túnel y al mismo tiempo le
aterrorizaba lo que pudiera encontrar en él. Y entonces, al fin, al doblar sigilosamente otra curva, vio delante de él una gruesa pared en la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con grandes y brillantes
esmeraldas en los ojos.
Harry se acercó a la pared.

Tenía la garganta muy seca.

No tuvo que hacer
un gran esfuerzo para imaginarse que aquellas serpientes eran de verdad,
porque sus ojos parecían extrañamente vivos.

Tenía que intuir lo que debía hacer. Se aclaró la garganta, y le pareció que los ojos de las serpientes parpadeaban.

—¡Ábrete! —dijo Harry, con un silbido bajo, desmayado.

Las serpientes se separaron al abrirse el muro. Las dos mitades de éste se
deslizaron a los lados hasta quedar ocultas, y Harry, temblando de la cabeza a los pies, entró.

LYRA BLACK, pjo & hpWhere stories live. Discover now