Nos asesora un caniche

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    (Lyra Black)

Esa noche nos sentimos bastante desgraciados.

Acampamos en el bosque, a unos cien metros de la carretera principal, en un
claro que los chicos de la zona al parecer utilizaban para sus fiestas. El suelo
estaba lleno de latas aplastadas, envoltorios de comida rápida y otros desechos.

Habíamos sacado algo de comida y unas mantas de casa de la tía Eme, pero
no nos atrevimos a encender una hoguera para secar nuestra ropa. Las Furias y la
Medusa nos habían proporcionado suficientes emociones por un día. No
queríamos atraer nada más.

Percy se ofreció para hacer la primera guardia y en poco tiempo terminé durmiéndome.

Desperté sin recordar lo que había soñado y me dispuse a hacer mi guardia.

Extrañaba el Campamento Mestizo y posiblemente moriría en esa misión.

Cuándo terminé mi guardia desperté a Annabeth y Grover. Ya era de día.

—Vaya —dijo Annabeth a Percy—. El zombi vive.

—¿Cuánto he dormido?

(Percy Jackson)

—Suficiente para darme tiempo de preparar un desayuno —Me lanzó un
paquete de cortezas de maíz del bar de la tía Eme—. Y Grover ha salido a explorar. Mira, ha encontrado un amigo.

Tenía problemas para enfocar la vista.

Grover, sentado con las piernas cruzadas encima de una manta, tenía algo peludo en el regazo, un animal disecado, sucio y de un rosa artificial. No, no se trataba de un animal disecado. Era un caniche rosa.

El chucho me ladró, cauteloso.

Grover dijo:

—No, qué va.

Parpadeé.

—¿Estás hablando con… eso?

El caniche gruñó.

—Eso —me avisó Grover— es nuestro billete al oeste. Sé amable con él.

—¿Sabes hablar con los animales?

Grover no me hizo caso.

—Percy, éste es Gladiolus. Gladiolus, Percy.

Miré a Annabeth, convencido de que empezaría a reírse con la broma que me
estaban gastando, pero ella estaba muy seria. Lyra se acercó a Grover y acarició al perro entre sus manos.

—No voy a decirle hola a un caniche rosa —dije—.Olvidadlo.

—Percy —intervino Annabeth—. Yo le he dicho hola al caniche. Lyra le dijo hola al caniche. Tú le dices
hola al caniche.

El caniche gruñó.

Le dije hola al caniche.

Grover me explicó que había encontrado a Gladiolus en los bosques y habían iniciado una conversación. El caniche se había fugado de una rica familia local, que ofrecía una recompensa de doscientos dólares a quien lo devolviera. No tenía muchas ganas de volver con su familia, pero estaba dispuesto a hacerlo
para ayudar a Grover.

—¿Cómo sabe Gladiolus lo de la recompensa? —pregunté.

—Ha leído los carteles, lumbrera —contestó Grover.

—Claro —respondí—. Cómo he podido ser tan tonto.

—Así que devolvemos a Gladiolus —explicó Annabeth con su mejor voz de estratega—, conseguimos el dinero y compramos unos billetes a Los Ángeles. Es fácil.

Pensé en mi sueño: en las voces susurrantes de los muertos, en la cosa del
abismo, en el rostro de mi madre, reluciente al disolverse en oro. Todo aquello podría estar esperándome en el oeste.

—Otro autobús no —dije con recelo.

—No —me tranquilizó Annabeth.

Señaló colina abajo, hacia unas vías de tren que no había visto por la noche
en la oscuridad.

—Hay una estación de trenes Amtrak a ochocientos metros. Según Gladiolus, el que va al oeste sale a mediodía.

LYRA BLACK, pjo & hpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora