Eligiendo flores del ataúd de Sherman

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(Lyra Black)

H

abía tenido que joderme e ir en una misión en contra de mi voluntad en la que posiblemente acabaría carbonizada.

Mis hermanas me dieron todo tipo de cosas para mi mochila con encantamiento de expansión indetectable. Ropa, perfume, maquillaje y una que otra arma por parte de algunos pícaros.

Me había puesto una camiseta negra por encima del ombligo y unos jeans negros rasgados junto a un sombrero gris de pescador (si we, los de moda). Había guardado mi varita en mi bolsillo

En la tienda del ccampamento a Percy le prestaron cien dólares y veinte dracmas de oro. Estas monedas, del tamaño de galletas de aperitivo, representaban las imágenes de varios dioses griegos en una cara y el edificio del Empire State en la otra. Los antiguos dracmas que usaban los mortales eran de plata, nos dijo Quirón, pero los Olímpicos sólo utilizaban oro puro. Quirón también dijo que las monedas podrían resultar de utilidad para transacciones no mortales, fueran lo que fuesen. Nos dio a Annabeth, a Percy y a mí una cantimplora de néctar a cada uno y una bolsa con cierre hermético llena de trocitos de ambrosía, para ser usada sólo en caso de emergencia, si estábamos gravemente heridos. Era comida de dioses, nos recordó Quirón. Nos sanaría prácticamente de cualquier herida, pero era letal


para los mortales. Un consumo excesivo nos produciría fiebre. Una sobredosis nos consumiría, literalmente.

Annabeth trajo su gorra mágica de los Yankees, que al parecer había sido regalo de su madre cuando cumplió doce años. Llevaba un libro de arquitectura clásica escrito en griego antiguo, para leer cuando se aburriera, y un largo


cuchillo de bronce, oculto en la manga de la camisa. Estaba convencido de que


el cuchillo nos delataría en cuanto pasáramos por un detector de metales.

Por su parte, Grover llevaba sus pies falsos y pantalones holgados para pasar por humano. Iba tocado con una gorra verde tipo rasta, porque cuando llovía el


pelo rizado se le aplastaba y dejaba ver la punta de los cuernecillos. Su mochila naranja estaba llena de pedazos de metal y manzanas para picotear. En el bolsillo llevaba una flauta de junco que su padre cabra le había hecho, aunque sólo se sabía dos canciones: el Concierto para piano n. ° 12 de Mozart y So Yesterday


de Hilary Duff, y ninguna de las dos suena demasiado bien con la flauta de Pan.


Nos despedimos de los otros campistas, echamos un último vistazo a los campos de fresas, el océano y la Casa Grande, y subimos por la colina Mestiza hasta el alto pino que antaño fuera Thalia, la hija de Zeus.

Quirón nos esperaba sentado en su silla de ruedas. Junto a él estaba Argos, el jefe de seguridad del campamento. Al parecer tenía ojos por todo el cuerpo, así que era imposible sorprenderlo. No obstante, como hoy llevaba un uniforme de chófer, sólo le vi unos pocos en manos, rostro y cuello.

-Éste es Argos -me dijo Quirón-. Os llevará a la ciudad y... bueno, os


echará un ojo.

Oí pasos detrás de nosotros.


Luke subía corriendo por la colina con unas zapatillas de baloncesto en la mano.

-¡Eh! -jadeó-. Me alegro de pillaros aún. -Annabeth se sonrojó, como siempre que Luke estaba cerca-. Sólo quería desearos buena suerte -dijo-. Y pensé que... a lo mejor te sirven.

Le tendió las zapatillas a Percy, que parecían bastante normales. Incluso olían


bastante normal.

-Maya! -dijo Luke.

De los talones de los botines surgieron alas de pájaro blancas. Dió un respingo


y las dejó caer. Las zapatillas revolotearon por el suelo hasta que las alas se


plegaron y desaparecieron.

-¡Alucinante! -musitó Grover.

Luke sonrió.

-A mí me fueron muy útiles en mi misión. Me las regaló papá. Evidentemente, estos días no las utilizo demasiado... -Entristeció la expresión.

Sherman Yang, de la cabaña cinco llegó corriendo a toda velocidad.

-¡Lyra!-Jadeó cuándo estuvo enfrente mío.

-¿Pasa algo, Sherman?-Pregunté.

Sherman me miró e hizo algo que nunca pensé que haría.

Firmó su sentencia de muerte, con labios y todos.

Pegó sus labios contra los míos y me besó.

«Esa soldado ha ganado la batalla» escuché decir a Fobos en mi mente.

Se despegó poco a poco y mi respiración se mezcla con la mía. Annabeth me miraba orgullosa, Grover un poco confundido con cara de «¿De qué me perdí?» y Percy, Percy era Percy.

LYRA BLACK, pjo & hpWhere stories live. Discover now