El Heredero de Slytherin (1/?)

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      Se hallaba en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia.

Con el corazón latiéndole muy rápido, Harry escuchó aquel silencio de ultratumba. ¿Estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de
una columna? ¿Y dónde estaría Ginny? ¿Dónde estaría Lyra?

Sacó su varita y avanzó por entre las columnas decoradas con serpientes.

Sus pasos resonaban en los muros sombríos. Iba con los ojos entornados, dispuesto a cerrarlos completamente al menor indicio de movimiento. Le parecía que las serpientes de piedra lo vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos.

Más de una vez, el corazón le dio un vuelco al creer que alguna se movía.

Al llegar al último par de columnas, vio una estatua, tan alta como la misma
cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.

Harry tuvo que echar atrás la cabeza para poder ver el rostro gigantesco que la coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo. Y entre los pies, boca abajo, vio una pequeña figura con túnica negra y el cabello de un rojo
encendido.

—¡Ginny! —susurró Harry, corriendo hacia ella e hincándose de rodillas—.
¡Ginny! ¡No estés muerta! ¡Por favor, no estés muerta! —Dejó la varita a un
lado, cogió a Ginny por los hombros y le dio la vuelta.

Tenía la cara tan blanca
y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba
petrificada. Pero entonces tenía que estar...—. Ginny, por favor, despierta —
susurró Harry sin esperanza, agitándola. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.

—No despertará —dijo una voz suave.

Harry se enderezó de un salto.

Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándole. Tenía los contornos borrosos, como Harry si lo estuviera
mirando a través de un cristal empañado. Pero no había dudas sobre quién
era.

—Tom... ¿Tom Ryddle?

Ryddle asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Harry.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? —dijo Harry desesperado—. ¿Ella no está... no está...?

—Todavía está viva —contestó Ryddle—, pero por muy poco tiempo.

Harry lo miró detenidamente. Tom Ryddle había estudiado en Hogwarts hacía cincuenta años, y sin embargo allí, bajo aquella luz rara, neblinosa y brillante, aparentaba tener dieciséis años, ni un día más. Detrás de él, en el suelo, una cabellera rubia sentada en el suelo, de forma lastimera y con una daga en su mano. Era Lyra. Su cara reflejaba cansancio y estaba herida.

—¿Eres un fantasma? —preguntó Harry dubitativo.

—Soy un recuerdo —respondió Ryddle tranquilamente— guardado en un diario durante cincuenta años.

Ryddle señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se
encontraba, abierto, el pequeño diario negro que Harry había hallado en los
aseos de Myrtle la Llorona. Durante un segundo, Harry se preguntó cómo
habría llegado hasta allí. Pero tenía asuntos más importantes en los que
pensar.
—Tienes que ayudarme, Tom —dijo Harry, volviendo a levantar la cabeza de Ginny—. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco... No sé dónde está, pero podría llegar en cualquier momento. Por favor, ayúdame...
Ryddle no se movió. Harry, sudando, logró levantar a medias a Ginny del
suelo, y se inclinó a recoger su varita.

LYRA BLACK, pjo & hpWhere stories live. Discover now