El perro del Infierno

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(Percy Jackson)

-¡Jo! -exclamó-. ¡Idiota! ¡Gusano apestoso!

Y me habría llamado cosas peores, pero le aticé en la frente con la empuñadura y la envié tambaleándose fuera del arroyo.

Entonces oí chillidos y gritos de alegría, y vi a Luke correr hacia la frontera enarbolando el estandarte del equipo rojo. Un par de chavales de Hermes le
cubrían la retirada y unos cuantos apolos se enfrentaban a las huestes de Hefesto.

Los de Ares se levantaron y Clarisse murmuró una torva maldición.

-¡Una trampa! -exclamó-. ¡Era una trampa!

Trataron de atrapar a Luke, pero era demasiado tarde. Todo el mundo se reunió junto al arroyo cuando Luke cruzó a su territorio. Nuestro equipo estalló en vítores. El estandarte rojo brilló y se volvió plateado. El jabalí y la lanza fueron reemplazados por un enorme caduceo, el símbolo de la cabaña 11. Los
del equipo azul agarraron a Luke y lo alzaron en hombros.

Quirón salió a medio galope del bosque e hizo sonar la caracola.

El juego había terminado. Habíamos ganado.
Estaba a punto de unirme a la celebración cuando la voz de Annabeth, justo a
mi lado en el arroyo, dijo:

-No está mal, héroe.-Miré, pero no estaba allí-. ¿Dónde demonios has aprendido a luchar así? -me preguntó. El aire se estremeció y ella se
materializó a mi lado quitándose una gorra de los Yankees.

Me enfadé. Ni siquiera me alucinó el hecho de que acabara de volverse
invisible.

-Me has usado como cebo -le dije-. Me has puesto aquí porque sabías que Clarisse vendría por mí, mientras enviabas a Luke por el otro flanco. Lo habías planeado todo.

Annabeth se encogió de hombros.

-Ya te lo he dicho. Atenea siempre tiene un plan.

-Un plan para que me pulvericen.

-Vine tan rápido como pude. Estaba a punto de saltar para defenderte,
pero... -Se encogió otra vez de hombros-. No necesitabas mi ayuda. -
Entonces se fijó en mi brazo herido-. ¿Cómo te has hecho eso?

-Es una herida de espada. ¿Qué pensabas?

-No. Era una herida de espada. Fíjate bien.

La sangre había desaparecido. Donde había estado el corte, ahora había un largo rasguño, y también estaba desapareciendo. Ante mis ojos, se convirtió en
una pequeña cicatriz y finalmente se desvaneció.

-¿Cómo has hecho eso? -dije alelado.

Annabeth reflexionó con repentina concentración.

Casi veía girar los engranajes en su cabeza. Me miró a los pies, después la lanza rota de Clarisse, y por fin dijo:

-Sal del agua, Percy.

-¿Qué...?

-Hazlo y calla.

Lo hice e inmediatamente volví a sentir los brazos entumecidos. El subidón
de adrenalina remitió y casi me derrumbo, pero Annabeth me sujetó.

-Oh, Estige -maldijo-. Esto no es bueno. Yo no quería... Supuse que
habría sido Zeus.

Antes de que pudiera preguntar qué quería decir, volví a oír el gruñido
canino de antes, pero esta vez mucho más cerca. Un gruñido que pareció abrir en
dos el bosque.

Los vítores de los campistas cesaron al instante. Quirón gritó algo en griego clásico, y sólo más tarde advertí que lo había entendido a la perfección:

-¡Apartaos! ¡Mi arco!

Annabeth desenvainó su espada.

En las rocas situadas encima de nosotros había un enorme perro negro, con ojos rojos como la lava y colmillos que parecían dagas.

Me miraba fijamente.

Nadie se movió, y Annabeth gritó:

-¡Percy, corre!

Intentó interponerse entre el bicho y yo, pero el perro era muy rápido. Le saltó por encima -una sombra con dientes- y se abalanzó sobre mí. De pronto caí hacia atrás y sentí que sus garras afiladas perforaban mi armadura. Oí una
cascada de sonidos de rasgado, como si rompieran pedazos de papel uno detrás
de otro, y de pronto el bicho tenía un puñado de flechas clavadas en el cuello.
Cayó muerto a mis pies.
Por algún milagro, yo seguía vivo. No quise mirar debajo de mi armadura despedazada. Sentía el pecho caliente y húmedo, sin duda tenía cortes muy feos.

Un segundo más y el animal me habría convertido en picadillo fino.

Quirón trotó hasta nosotros, con un arco en la mano y el rostro sombrío.

-Di immortales! -exclamó Annabeth-. Eso era un perro del infierno de
los Campos de Castigo. No están... se supone que no...

-Alguien lo ha invocado -dijo Quirón-. Alguien del campamento.

Luke se acercó. Había olvidado el estandarte y su momento de gloria se
había esfumado.

-¡Percy tiene la culpa de todo! -vociferó Clarisse-. ¡Percy lo ha invocado!

-Cállate, niña -le espetó Quirón.

Observamos el cadáver del perro del infierno derretirse en una sombra, fundirse con el suelo hasta desaparecer.

-Estás herido -me dijo Annabeth-. Rápido, Percy, métete en el agua.

-Estoy bien.

-No, no lo estás -replicó-. Quirón, mira esto.
Estaba demasiado cansado para discutir. Regresé al arroyo, y todo el
campamento se congregó en torno a mí. Al instante me sentí mejor y las heridas
de mi pecho empezaron a cerrarse. Algunos campistas se quedaron boquiabiertos.

-Bueno, yo... la verdad es que no sé cómo... -intenté disculparme-.Perdón...

Pero no estaban mirando cómo sanaban mis heridas. Miraban algo encima de
mi cabeza.

-Percy -dijo Annabeth, señalando.

Cuando alcé la mirada, la señal empezaba a desvanecerse, pero aún se
distinguía el holograma de luz verde, girando y brillando. Una lanza de tres
puntas: un tridente.

-Tu padre -murmuró Annabeth-. Esto no es nada bueno.

-Ya está determinado -anunció Quirón.

Todos empezaron a arrodillarse, incluso los campistas de la cabaña de Ares, aunque no parecían nada contentos.

-¿Mi padre? -pregunté perplejo.

-Poseidón -repuso Quirón-. Sacudidor de tierras, portador de tormentas,
padre de los caballos. Salve, Perseus Jackson, hijo del dios del mar.

LYRA BLACK, pjo & hpWo Geschichten leben. Entdecke jetzt