13.

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Carter se quedó afuera, aun no estaba listo para lidiar con todo esto. Yo no estaba lista para lidiar con nada aun. Eran demasiados sentimientos confinados en un solo día. Mi cabeza explotaría en algún momento y de ella saldría un montón de basura de otro mundo que tendrían que llevar a un laboratorio para investigar de qué planeta vengo.

Me recargué en la pared, al lado de la puerta de la habitación de Natalia. «¿Qué estás haciendo June?». No podía contestarme esa pregunta.

―¿Qué ocurre en mi cabeza, Finnick? ―le pregunté cuando la vi aparecer delante de mí.

―No lo sé. ―Se encogió de hombros, mirándome como si me tuviera lástima.

―De puta madre, y yo pensé que tú sabías todo ―le digo realmente enojada, y no sé porque lo estoy en ese momento.

―Yo sé cuánto tú sabes porque soy parte de ti, y tú puedes saber mucho sin saber que lo sabes, por eso estoy aquí para recordártelo ―explicó ella―. Pero justo ahora, todo es confuso hasta para mí, y yo soy tu conciencia.


―¿Así que estamos jodidas? ―pregunté, echando mi cabeza para atrás y golpeándola con la dura pared.

Finnick se movió a mi lado repitiendo mi acción.

―Bastante, diría yo ―replicó.

Me reí en voz baja. Tapé mi cara con mis manos recordando el último momento que acababa de vivir. Me deslicé por la pared y caí hacia el piso con las rodillas flexionadas mientras abrazaba mis piernas. Finnick ya no estaba.

―Yo le gusto... ―musité para mí. Yo jamás le había gustado a un chico. Jamás de los jamases. Y si hubo uno al que le gustara, jamás lo conocí.

Cerré mis ojos fuertemente y tapé mi cara con mis manos. No pude evitar soltar otra pequeña risa. Y las maripositas aparecieron. Pasé mis manos por mi cabello peinándolo hacia atrás y luego las volví a pasar desordenándolo adrede. Mis dientes capturaron la punta de mi lengua para evitar sonreír, pero fue en vano, la sonrisa ya estaba allí, plantada en mi cara. Estaba sonriendo como estúpida.

Sacudí mi cabeza, llevé mis palmas hacia atrás y las apoyé en la pared para impulsarme hacia adelante y levantarme. El plástico de mis zapatos rozó con el piso provocando un chirrido. Ajusté la correa de mi bolso marrón, que aun llevaba cruzado sobre mi pecho. Giré sobre mis talones y entré en la habitación.

Vi a Natalia acostada en la cama. Mantenía sus ojos cerrados, sus labios fruncidos, y una mano en su panza. Sonreí a medias.


―Hola ―susurré acercándome.

Ella abrió los ojos y me miró. Una sonrisa se dibujó en su cara.

―Hola, June ―me saludó. Hizo un ademán con su mano, apuntando a un espacio a su lado en la cama―. Ven, siéntate.

―¿Cómo te sientes? ―pregunté, accediendo a su invitación.

―Mucho mejor. Sólo espero que el bebé quiera salir ya.

―Trazó un camino imaginario con su dedo índice, desde el comienzo de su panza hasta el final. Ella dejó escapar una risa, y yo la seguí.

―¿Será niño o niña?

―Niña ―me contestó ella con una sonrisa contagiosa.

―¿Qué nombre le pondrás? ―sondeé más, sólo para hacer conversación, tratando de congeniar un poco más.

―Mmm, aun no lo sé, esperaré a verla, así sabré que nombre le conviene más.

Alcé mis cejas con aprobación.

―Es una buena idea ―comenté―, en tanto no le pongas tres nombres y tres apellidos, todo estará bien.

Ella se echó a reír junto a mí.


―Tranquila, conservarás tu puesto en el sindicato de nombres largos.

―Lo sé, he creado historia. ―Puse una mano en mi pecho y fingí orgullo mientras ella reía con una mano aun en su panza.

―Oye, ¿qué se traen tú y West? ―interrogó con una mirada de picardía―. Lo besaste, ¿no es así? ―Levantó una ceja.

Mi cara estaba en llamas. Tomé la sábana blanca de la camilla y me cubrí con ella el rostro.

―Dos veces ―admití avergonzada.

Nat golpeó mi brazo. Bajé la sábana. Ella me miraba con asombro.

―¿En serio? ―preguntó ligeramente emocionada―. ¿Y cómo es? ¿Cómo besa? ―quiso saber con una inflexión de entusiasmo.

―Pues... ―Empecé a retorcer la sábana entre mis manos y a reír como una tonta―. No puedo comparar... porque nunca había besado a nadie antes de Carter.

―¿Nunca? ―se sorprendió una vez más. Negué con la cabeza.

―Es genial ―me dijo sonriente―, los chicos no lo son todo,

¿sabes? ―Se encogió de hombros con una mirada vacía.


―¿Quién es... uhm? ―Quise terminar la frase. Tenía curiosidad, pero tal vez no era correcto preguntarlo en ese momento. Me callé antes de que pudiera ella adivinar de qué hablaba. Pero creo que lo sabía.

―Billy Hudson. Él es el padre de mi pequeña. ―Esbozó una pequeña sonrisa.

Sonreí para ella y tomé su mano por sobre la sábana.

Billy Hudson. Por lo que sabía aún estaban juntos antes de la

«desaparición» de Natalia en el instituto Collins. Jamás me agradó, solía ser el típico macho alfa que gobernaba la escuela. Siempre me pareció ridículo que aun estando en el siglo XXI siguiéramos usando esas estúpidas etiquetas sociales. ¿Por qué no simplemente nos llevábamos bien unos con otros, como personas y no animales?

La escuela es como un selva, y yo estoy en el puesto más bajo de la cadena alimenticia. Justo debajo de los nerds de la banda y los frikis de computación. Era una marginada con padres homosexuales en el programa de alto desempeño.

Y ahora Natalia había entrado al club como la ex porrista embarazada que todo el mundo evita, siguiendo los pasos de Evelyn Turner y Mily Colberg.

―Será hermosa. ―Revoloteé los ojos con humor. Ella dejó escapar una pequeña risa.


―Lo será... ―murmuró. Levantó su vista y sus ojos cafés oscuros se posaron en mi cara―. ¿Podemos ser amigas? ―Me sonrió.

Ladeé mi cabeza un poco.

―Pensé que ya lo éramos. ―Me encogí de hombros.

Natalia se inclinó lo que su enorme vientre le permitió y deslizó sus cortos brazos alrededor de mí, apretujándome contra ella. En el primer segundo no sabía qué significaba, mi cerebro estaba pasando por una fase de Internet Explorer.

―Gracias por estar aquí hoy, gracias por todo. ―Su voz se quebró. En ese momento reaccioné y la abracé. Ella lo había necesitado hace mucho y podía sentirlo.

―No hay de qué ―musité.

Ella se reclinó de nuevo, soltando un suspiro de alivio. Hicimos contacto visual por unos segundos manteniendo una cálida sonrisa antes de que la enfermera entrara.

―¿Preparada, linda? ―La miró con una sonrisa. Traía una camilla más pequeña consigo y dos enfermeros más aparecieron por la puerta. La mano de Natalia voló sobre mi mano, atrapándola y sujetándola muy fuerte, como si fuera a salir corriendo. Dejé que apretujara mi mano como si quisiera sacarle jugo. Estaba nerviosa, su respiración se agitó y empezó a sudar.

―No me dejes sola, no puedo hacerlo sola ―comenzó a sollozar mientras la transferían a la otra cama.


―No estás sola, tranquila. ―Yo seguía a su lado mientras la sacaban de la habitación.

Cuando llegamos a la puerta del quirófano, la señorita enfermera puso una mano frente a mí.

TEDDY (vol. I, II y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora