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―Joder, ¿y ahora qué? ―susurré para mí misma.

El agua se escurría por cabello y caía en las baldosas con un constante y molesto repiqueteó que me estaba volviendo loca en mi soledad.

Recordé que había dejado mi teléfono en mi casillero afuera en el pasillo ―gracias a Dios, porque si se lo hubieran llevado me hubiera dado un aneurisma―, ¿pero qué hacía ahora? La última vez tuve que rogar y hacer algo completamente estúpido para que me devolvieran mi ropa ―y cuando digo estúpido, es estúpido en toda la extensión de la palabra―. No esta vez. No lo haría. No rogaría.

Puse mi cara de asunto serio, la cual difícilmente lograba articular con éxito y me dirigí en busca de un buen samaritano que me ofreciera su ayuda. Vamos, que no esperaba que aparecieran Luke Benward, Jason Dolley y Nicholas Braun a salvarme en sus trajes de Minutemen.





Dolley y Nicholas Braun. Trata de tres chicos que viajan en el tiempo para salvar a estudiantes de situaciones embarazosas.

No estaba en una película de Disney y lo tenía bien claro. Pero tal vez alguien con un short y una blusa extra. «Alguien tiene que ser de mí talla, sólo envíame a alguien, ¡a quien sea!», le pedí a Dios en mis pensamientos.

―Muñequita... hola ―oí la voz de Carter West detrás de mí.

«Sé que dije a quien sea, ¿pero no tienes a nadie más?»

Sus ojos quemaban en mí, podía sentirlo. Me giré lentamente.

¿Qué mierda hacia él en los vestidores de chicas? Lo miré entornando mis ojos hacia los suyos. Pero él no estaba mirando mis ojos.

―¿Qué haces aquí? ―pregunté.

Él se dio su tiempo para contestar mientras admiraba mi cuerpo. O más bien se burlaba de él en sus pensamientos puesto que su expresión de chanza no era muy prometedora.

―¿Qué haces tú medio desnuda paseando por todo el vestidor? ¿No te enseñaron que después de la ducha tienes que ponerte ropa?

Puse los ojos en blanco.

―No, mi familia está muy a gusto con mis preferencias nudistas. Te repito: ¿qué haces aquí?

Él soltó una risa jodidamente seductora.

―Entonces deberías quitarte la toalla. ―Levantó las manos en gesto de inocencia―. Digo, no quiero irrespetar tus costumbres nudistas. Soy un tipo con una mente muy abierta.

―Él me guiñó el ojo.

Mi cara se tiñó de rojo y tragué grueso. «¿Qué es lo que quiere de mí?»

―¿Qué haces aquí? ―inquirí de nuevo.

―Estaba trayendo los balones que le prestó la profesora Harrison al equipo de baloncesto. Siempre paso por aquí cuando las chicas ya se han ido ―explicó con un movimiento de hombros sin darle mucha importancia al asunto.

―Ajá, linda historia. ¿Quieres irte? ―Estaba impaciente porque desapareciera y dejara de mirarme como lo estaba haciendo, me hacía sentir incómoda y extraña.

―¿No necesitas ayuda? ―Enarcó una ceja―. Creo que vi a un par de chicas salir corriendo con tu ropa.

Mis ojos se desenfocaron e impacté mi pequeño puño contra su brazo ―caso perdido, no se inmutó―.

―¿Y no las detuviste? ―pregunté realmente molesta.

Él sonrió con ese molesto atisbo de superioridad que me provocaba romperle una costilla que le atravesase el pulmón y le provocara una hemorragia interna que por ende le llevaría una muerte lenta y dolorosa. Pero al mismo tiempo quería besarlo y acorralarlo contra los casilleros. «Mala June, mala. Sucia pecadora. Rezarás cuando llegues a casa.»

TEDDY (vol. I, II y II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora