CAP 25

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Nos quedamos en:

F: ¿Qué????? - Preguntó rojo de ira y celos.

C: Exactamente lo que oíste- ahora ya no había rastro de lágrimas en su rostro, ella estaba furiosa. Todo culpa de los dichos cambios de humor. - Tal vez Ángel Luís aún esté interesado en mí.

Dicho esto, apretó el nudo de la bata alrededor de la cintura, le dirigió una mirada de desafío y salió.

Federico se quedo paralizado durante unos minutos, mirando hacia la puerta.
Pero, ¿qué audacia de Cristina?
Ella no tendría el valor de buscar a otro... O ¿tendría?

Pero ni por encima de su cadáver lo permitiría.  Federico Rivero iba resolver este problema y sería pronto. Ya nunca rechazaría a su fiera, no pensaba compartirla con otro jamás.

Salió como una flecha detrás de su esposa, pero al entrar en la habitación vio que ella no estaba. Se pasó las manos por el pelo con desesperación.
¿Dónde podría estar?

Cristina no tendría el valor para buscar a Ángel Luís sólo en bata y camisón...
¡No!

Federico bajó corriendo, entró en la oficina y tomó una pistola que estaba un cajón.

Esa noche habría una muerte y sería la de un doctor, o de cualquier otro hombre que se atreviera a tocar lo que le pertenecía.


****Capitulo 25****

Vic: Don Federico... - Vicenta lo llamó al entrar en el despacho - Doña Cristina pidió que le avisara que lo espera para la cena.

Él abrió la boca sorprendido y aliviado a la vez, su mujer estaba en casa, no había salido.

F: Ella... ¿ella está aquí? ¿Dónde está? - Preguntó incapaz de ocultar la ansiedad.

Vic: En la cocina - respondió. - Dijo que se fuera pronto porque ella tiene mucha hambre y si tardas ella no lo va a esperar.

Federico volvió a respirar tranquilo, sonrió aliviado. Estaba a punto de cometer una locura, mientras que Cristina estaba jugando con él. Debería saber que su mujer nunca lo traicionaría.

F: Puedes irte Vicenta. En seguida voy.

Tan pronto como la señora salió, él volvió a poner la pistola en el cajón.
Con pasos rápidos se dirigió a la cocina. Al entrar, vio a Cristina sentada en la mesa.

C: Tardaste en venir... - dijo ella tratando de sonar indiferente. - Mamá y papá no van a bajar. Así que comeremos sólo nosotros.

F: Vicenta - se dirigió a la señora - puede dejarnos a solas, ¿por favor?

La mujer asintió, y luego se retiró.

Federico fue hacia Cristina, la levantó de la silla y tirando de ella contra su pecho, le dio un tremendo beso.
Aplastó los labios de ella como si la estuviera castigando.

Cuándo sus bocas se separaron, Cristina tenía las piernas temblorosas, el corazón latía apresurado, respiraba con dificultad y se aferraba a la camisa de él para mantenerse en pie y no caer al suelo.

F: ¡Tú eres mía!  - Dijo con una voz profunda, igualmente agitado - Sólo mía y  de nadie más. ¡No vuelvas a jugar de esa manera conmigo!

C: Yo no estaba jugando. Si no quieres hacer el amor conmigo, yo buscaré a otro.

DOMANDO A LA FIERA Onde as histórias ganham vida. Descobre agora