Capítulo 3

30 10 19
                                    

Al otro día, después de la escuela, Dean fue a pasar la tarde en la casa de Diana. Él lucía orgulloso sus nuevos lentes, que en su opinión eran mejores que los anteriores porque tenían el marco color azul, su favorito. A Diana, por su parte, ya se le había pasado su enojo. Y es que así eran sus peleas, no podían estar demasiado tiempo enfadados con el otro, porque simplemente se necesitaban. Estar juntos era lo que mejor sabían hacer y como más cómodos se sentían. Tanto era así que lo compartían todo, y no había otra persona en todo el mundo que los comprendiera tanto como ellos se entendían. Se divertían, se contaban todo lo que pensaban, lo que habían hecho en el escaso tiempo en que estuvieron separados, inventaban juegos que solo ellos entendían y podían pasar horas y horas haciendo lo mismo, o en el mismo lugar, que mientras estuvieran juntos, nunca se aburrían.

Pero ese día de primavera, jamás lo olvidarían, porque fue el día que cambió sus vidas para siempre.

Ellos estaban jugando en la habitación de Diana cuando ocurrió: primero comenzaron a escucharse como truenos a la lejanía, luego gritos y ruidos que parecían de fuegos artificiales, pero no lo eran.

Hacía mucho que el pueblo no sufría una guerra, por lo general, los enfrentamientos se daban en la frontera. Tanto aquellos que involucraban a los araucis como los que no. A veces, simplemente se trataba de conflictos entre villanos y seyrens, y ellos quedaban en el medio; otras veces, la guerra sí los involucraba, como cuando alguno de los dos bandos enemigos intentaba conquistarlos. Pero de todas formas, las guerras ocurrían en la frontera, lejos del pueblo. Era raro que estuvieran escuchando ruidos de contienda. Insólito, pero no imposible, tratándose del pueblo de los araucis.

—¡Niños, camúflense! —les ordenó el padre de Diana, que era justamente un general retirado del ejército de los araucis, y salió afuera con un rifle.

Ellos estaban muy asustados y se camuflaron y se escondieron debajo de la cama.

—Tengo mucho miedo —lloró Diana.

Dean la abrazó sin dudarlo.

—Yo también —le susurró— Pero no te preocupes, estamos a salvo.

—Quiero a mi papá —le contestó ella asustada.

—Ya va a volver —trató de calmarla él— ¿Los míos estarán bien? —preguntó entonces con tono preocupado.

—Tranquilo —le susurró ella apretándole fuertemente la mano a su amigo.

—Tengo que ir con ellos —reaccionó Dean, con tono seguro y decidido— deben estar preocupados. —En realidad, él también estaba preocupado por ellos.

—No, Dean, por primera vez en tu vida haceme caso. Acá estamos seguros, cuando todo termine vamos a buscarlos —trató de hacerlo entrar en razón ella.

—Voy a tener que pedirte perdón otra vez —le contestó él— pero no puedo quedarme. Vos quedate acá camuflada, nada va a pasarte, cuando encuentre a mis padres, los traigo para acá.

—Dean, no —le dijo firmemente ella.

—No te preocupes, voy a estar bien, te lo prometo —y salió de debajo de la cama, pero todavía estaba camuflado, Diana le sujetó la mano y se quedaron un rato en silencio, parecía que ella iba a decir algo, pero no lo dijo, y Dean se soltó—. Ya vuelvo —le susurró y salió de la casa.

En cuanto dejó la habitación de Diana, perdió su poder de camuflaje, pero no le importó y salió a la calle por una pequeña ventana, porque el padre de Diana había dejado la puerta cerrada con miles de trabas.

Lo que vio afuera lo impactó. Ya no era el alegre vecindario de siempre, sino que todas las cosas públicas, como bancos, flores, semáforos, todo estaba roto, había sangre por todas partes, gente herida tirada en el suelo, varios muertos, y una batalla ruidosa cubriéndolo todo. Pero no solo había armas, era también una batalla de poderes, Dean pudo sentirlo, varios de los combatientes usaban sus poderes, y eran muy distintos de los que él estaba acostumbrado a ver usualmente.

Pero no se quedó a observar demasiado. Corrió lo más que pudo con sus cortas piernas de niño de seis años y lo mejor escondido posible hacia su casa. Aunque su apresurada corrida se detuvo en seco en la esquina: faltaban un par de casas. Allí, donde deberían estar los edificios, había ahora espacios vacíos llenos de escombros. Quizás una bomba. Corrió hacia la suya escondiéndose de la pelea.

Sus ojos no pudieron creer lo que vieron. No encontró más que restos de su casa destruida, aún estaba en pie, pero hecha pedazos.

—¡Papá! ¡Mamá! —gritó desesperado y subió las escaleras, que todavía existían, pero arriba no había nadie. Bajó y buscó por el patio. Estaba muy asustado, y las lágrimas comenzaron a salirle solas. Hasta que por fin encontró a su madre tirada en la calle. Ella había salido corriendo desesperada a buscarlo apenas comenzó la guerra. Corrió hacia ella mojando todo a su paso con sus lágrimas.

—Dean —alcanzó a balbucear ella antes de que su corazón dejara de latir. Él hubiera querido preguntarle más cosas, decirle que la amaba por lo menos, pero ya no había nadie en ese cuerpo vacío y sangriento. Gritó desesperado con un lamento desgarrador. El de un niño que acababa de perder a su madre.

Los combatientes lo escucharon y se acercaron a él. Pero Dean no estaba como para entrar en razones. Sintió los poderes de los demás y generó cuatro clones. Todos con sus rasgos mezclados con los rasgos de los que estaban cerca de él. Y él también se volvió igual a sus clones deformados, confundiéndose con ellos. Sus oponentes ya no sabían cuál era el verdadero. Y comenzó a luchar sin piedad. Y para su sorpresa luego, cuando recordara el momento, les ganó a unos cuantos.

—Ese chico es bueno —comentaban unos generales villanos que observaban la escena sobre una colina.

—Demasiado, diría yo, ¿qué es lo que hace? Por lo que veo, crea unos clones invencibles con los poderes de los demás —observó el otro.

—Tiene que ser mío —concluyó el primero, y envió a un grupo de soldados que fueran a buscarlo.

Dean continuaba luchando, sediento de sangre, y dejó fuera de combate a unos a siete guerreros. No iba a dejar que mataran a su madre así como así, no. Tenía que costarles caro.

—¡Papá! —gritaba a veces, con la esperanza de que lo escuchara y viniera por él. Pero eso no pasó. Los que si vinieron por él fueron los soldados del general, que luego de una lucha contra el pequeño, lograron desmayarlo y llevarlo con su general. Sus lentes azules nuevos, sus favoritos, que sus padres le habían comprado con tanto cariño, quedaron allí, tirados y rotos en el suelo, junto a los escombros.

—Mmm, no debe tener más de siete años —observó el general al tenerlo en sus manos—. Lo que no entiendo, es cómo pudimos habernos perdido semejante arma por tanto tiempo, que los estúpidos seyrens huyeran y la guerra se prolongara hasta este pueblucho no fue mala idea después de todo. Llévenlo a la base y átenlo allí. Cuídenlo hasta que yo regrese, y luego despiértenlo, quiero hablar con él.

—Mi general —lo cuestionó con temor un soldado—, es solo un niño, no deberíamos robárnoslo... de esa manera.

—No es "solo un niño", es un arma mortal, ¿te imaginas estos poderes bien entrenados? Y no lo estamos robando, su familia ya debe estar muerta para estas alturas.

—Pero, mi general...

—No se atreva a cuestionarme, soldado. ¿En serio no vio todo lo que ese chico es capaz de hacer? Oro puro, oro puro —susurró mientras se alejaba a la batalla con una sonrisa radiante.

DeanWhere stories live. Discover now