Capítulo 25

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Los días pasaron, Dean se recuperó y se le permitió salir de la enfermería, aunque usando muletas. Había estado esperando ese día. Estaba tranquilo, le había dado su dinero a Len para que comprara armas y soldados que los protegieran de los seyrens y de cualquier otro ejército que quisiera conquistarlos. Araucis se mantendría libre.

Dean miró el cielo apenas salió de la enfermería, le dedicó una media sonrisa a las nubes blancas. Se había creído invencible, pero ahí estaba él, con una pierna rota, esperando su recuperación como cualquier otro mortal. Se dio cuenta entonces de que era vulnerable, de que su fuerza siempre había estado en la colectividad. Cada ejército que lo había contratado, había ganado. Pero él no había luchado solo, siempre había estado acompañado de un ejército.

No podía esperar a recuperarse y darle su merecido a los seyrens, pero no estaba ansioso, confiaba en el ejército que los protegía ahora. Eran poderosos y ahora Len ya no tendría que luchar tampoco, y podría disfrutar de su retiro en paz. Araucis estaba a salvo.

Dando grandes pasos con sus muletas, Dean se dirigía muy seguro, sabía a dónde quería ir primero, cuál era el lugar que quería visitar en Araucis más que nada en el mundo, llevaba años sin verlo.

—¡Dean! –lo detuvo un grupo de chicas. Había estado recibiendo visitas en la enfermería de diferentes admiradores y las reconoció de algunas de esas visitas.

—Lo siento, tengo prisa –les respondió él.

—Gracias por todo –le sonrieron las chicas—, nos enteramos de que hoy salías de la enfermería, nos preguntábamos si podríamos invitarte un café, en agradecimiento por traer la paz a Araucis.

Dean les devolvió la sonrisa y las chicas se sorprendieron, Dean no solía sonreír.

—Gracias, pero lo siento, tengo planes para hoy.

—¿Necesitas que te ayudemos con algo? –le preguntó una de las chicas.

—No, pero muchas gracias –le respondió él.

Se retiró con sus muletas y las escuchó cuchichear y suspirar a sus espaldas.

No había alcanzado a dar muchos pasos más, cuando otra persona se le atravesó en su camino.

—Hola de nuevo, cuatro ojos –se trataba de Murt, cómo olvidarlo, estaba más grande que la última vez que lo había visto, y tenía algunas cicatrices en la cara, se veía molesto—. Siempre es lo mismo con vos, te vas cuando empiezan los problemas y cuando volvés sos el héroe del pueblo, ¿cómo lo hacés?

Dean se paró firme en una muleta y le apuntó con la otra.

—Ey –le dijo—, empecé el día de buen humor, no me lo arruines.

—Es broma, enanito –se sonrió burlón Murt, aunque ahora Dean no era menos alto que él—. Pero ey, no me olvido que casi me matás la última vez que apareciste.

—Y lo pude haber hecho –le devolvió la sonrisa Dean—, así que ya estás advertido de lo que va a pasarte si me seguís molestando.

Hizo ademán de continuar con su camino, pero Murt continuó hablando:

—Claro que sí, muletas. Por cierto, gracias por salvar a mi hermanito.

Entonces Dean se frenó y se volteó para verlo a los ojos:

—¿Qué? –le preguntó confundido.

—El niño que salvaste el otro día cuando los seyrens nos atacaron –le explicó Murt—, es mi hermano pequeño, yo no estaba cerca y no pude salvarlo, de no ser por vos, no sé qué hubiera hecho. –Murt se rascó un brazo, era una escena interesante ver a alguien de su tamaño rascándose el brazo con nerviosismo, parecía que le costaba pronunciar lo que estaba a punto de decir—. Lo siento por mi comportamiento anterior. Me refiero a cuando te golpeé de pequeño, y lo de cuatroojos y lo de quitarte los lentes, y todo eso.

DeanWhere stories live. Discover now