Capítulo 21

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Dean llegó a conocer más a Cass y a Derek, los niños que habían venido a preguntarle si quería ser amigo de ellos. Con los días, poco a poco, los padres de los niños y otros familiares comenzaron a integrar más a Dean en las conversaciones, juegos y en otros pasatiempos familiares. Si bien Dean no terminaba de sentirse en casa, ya no se sentía tan rechazado, y era bueno pasar tiempo lejos de la guerra, tener unos días de paz, poder pasear por los bellos jardines, conversar con las personas.

Pero un día, mientras Dean caminaba por los pasillos de la gran casa, escuchó a dos personas bajar muy apuradas las escaleras, mientras comentaban:

—No puede ser, estamos perdiendo territorios.

—Claro, nuestras colonias no quieren responder a una Nación dominada por la anarquía.

Dean supuso que se trataba de familiares relacionados con el gobierno villano.

—¿No podemos recuperarlas?

Disimuladamente, Dean siguió a los conversadores.

—Lo dudo mucho, y ahora que estamos fuera del combate, seguramente los seyrens van a quedarse con nuestros próximos proyectos, como Araucis por ejemplo.

Los ojos de Dean se abrieron asombrados. ¿Araucis corría peligro? Prestó más atención a la conversación de los dos caminantes, mientras continuaba caminando a su lado, con disimulo.

—El último ejército que enviamos hacia allá perdió contra los seyrens, y ahora parece que ellos van con todo, decididos a anexar Araucis a la fuerza. Una vez que lo logren no creo que podamos obtenerlo como colonia villana, sin contar que ahora mismo ya hemos perdido bastante territorio. Los seyrens no dudarán en terminar con nosotros, están creciendo y nosotros decreciendo en manos de ese lunático de Killcide.

—Oh no –susurró Dean, que no necesitó oír más y corrió hacia su lujosa habitación.

Allí abrió una maleta y comenzó a empacar sus cosas. Se había jurado a sí mismo no volver a Araucis, no después de toda la culpa que sentía por esa última misión, la peor de todas, donde lo había perdido todo. No sabía cómo iba a mirar a Len a los ojos. Pero no tenía que hacerlo. Simplemente debía ir y ahuyentar al ejército seyren antes de que lleguen a Araucis. No tenía que ser visto por nadie del pueblo, pero no podía dejarlos desprotegidos.

—¿Vas a algún lado? –Su madre biológica apareció en su puerta— Recuerda que prometiste no ayudar a Killcide.

—Tranquila, no es eso –Dean continuaba empacando sin mirarla.

—¿Qué es entonces? ¿No te has sentido bienvenido? –Maya entró a su habitación y se sentó en la cama de Dean—. Lo siento, hijo. Lo siento por haberte abandonado, era joven. Pero ya aprendí la lección, no debemos abandonar a la familia, es todo lo que tenemos. Te necesitamos, tu nación te necesita, serás muy útil para ayudarnos a poner todo en orden cuando el caos termine. No nos abandones.

—Yo ya lo hice, ya abandoné a mi familia, mamá. Debo volver con ellos.

***

Al salir de la gran mansión de su familia biológica, Dean se encontró con calles desiertas, vehículos destrozados y un ambiente bastante triste en general. ¿Este era el sueño de Killcide? ¿Eso era lo que quedaba de la Gran Nación que alguna vez fue la Nación Villana? Realmente esperaba que Maya y los suyos estuvieran bien.

Se apresuró a tomar lo que quedaba de un tren, una máquina con las chapas quemadas, que a duras penas continuaba funcionando, para salir lo más rápido posible de allí. Tenía una misión que por primera vez en mucho tiempo sintió como propia, como importante: tenía que salvar a su pueblo.

DeanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora