22

1K 47 0
                                    

Hace cuatro años.

Espero en el asfalto a que pase el taxi que he pedido segundos antes mientras acuno a Joel en mis brazos y evito que el bolso lleno de artículos para su cuidado se me caiga del hombro.

El viento hace que me estremezca de arriba abajo y me planteo volver a casa, pero temo encontrarme a Bruno y que me impida salir.

Las manitas del bebé sobre mi pelo me recuerdan que todavía no está dormido y me aseguro de que la manta le cubra bien su minúsculo cuerpo.

A lo lejos logro ver cómo el taxi se acerca y una vez que para a mi lado me apresuro en montar para poder dejar el frío de lado.

— Buenas noches señora, ¿a dónde la llevo?

Le doy la dirección del piso de Gina y me pongo cómoda. En algún momento del trayecto noto como mira mi vestimenta por el retrovisor y en cuanto nuestras miradas se encuentran, aparta la suya de vuelta a la carretera.

Su cara reflejaba que el vestido que llevo es inapropiado, pero ¿qué significa inapropiado en este caso? ¿Qué una chica no puede llevar una única prenda que le quede por encima de la rodilla?

Gilipolleces.

Minutos después llegamos a mi destino, le pido al taxista que no se mueva, ya que quiero que me lleve a otro sitio, y salgo a la calle de nuevo exponiéndome al frío viento de invierno.

Por suerte el conductor ha parado cerca del portal y no me toca andar mucho. Haciendo maniobras consigo alzar la mano hasta el telefonillo y tocar dos veces. Cuando la voz de Gina se escucha al otro lado, le digo quién soy y me abre.

El motivo por el que no me he traído el carrito de Joel está ante mis ojos: mi amiga vive en un tercero sin ascensor. Suspirando empiezo a subirlos despacio, obviamente no me quiero desnucar contra las escaleras.

Gina me espera contra el marco de la puerta y en cuanto me ve aparecer sonríe.

— Estás guapísima — se hace a un lado para dejarme pasar.

— Gracias — poso la cabecita de Joel contra una almohada y me giro a verla. — Seguramente venga por la mañana. En la bolsa tienes los pañales, el polvo de talco, la leche, la ropa de sobra, el chupete... ¿Recuerdas a que hora le tocan las tomas?

— Sí Úrsula, lo tengo todo muy claro — su tono me dice que estoy siendo muy pesada así que opto por creerla.

— Cualquier cosa no dudes en llamarme, ¿vale?  — me giro para ver a mi hijo dormir plácidamente y hurgo en la bolsa en busca de su muñeco. — Espero que no te dé mucha guerra — hablo mientras se lo pongo debajo de su bracito. Le beso la frente y camino hacia donde mi amiga.

— Cuídate — me da un abrazo y un beso en la mejilla.

— Gracias por esto Gina. Hasta mañana.

Bajo lo más rápido que puedo y entrando al taxi otra vez, le doy la dirección del hotel al que me dirijo.

Por el camino reflexiono en todo, pero mis pensamientos siempre terminan en mi hijo y en cómo estoy haciendo todo esto para darle el mejor futuro al alcance de mis manos. También pienso en Gina y en cómo siempre está dispuesta a ayudarme. En un primer momento, cuando le dije lo que tenía planeado hacer, se negó y me ofreció ayuda económica, cosa que hubiera aceptado si no tuviera consciencia de su situación.

Al contrario de mi, Gina está en la universidad y trabaja en una tienda de ropa. Lo más normal hubiera sido que se quedase en la residencia donde estudia pero ella lo que siempre ha querido es independizarse, y lo ha conseguido. Obviamente no vive como una reina pero llega a final de mes y eso es lo importante.

sincronicidad; truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora