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Hacía mucho mucho frío.

¿Por qué se estaba congelando?

La temperatura bajo cero se colaba hasta sus huesos. No dejaba de temblar. Y los únicos sonidos que oía a kilómetros, eran el castañeo de sus dientes y el poco aire caliente que salía de su boca.

Se abrazó con fuerza.

¿Por qué traía tan poca ropa?

¿A quién se le ocurre salir en un camisón como ese cuando estaba helado afuera?

No lo entendía.

Su piel que en sí ya era pálida estaba casi traslúcida, sus venas azules recorriendo sus extremidades, dónde sus dedos se tornaban de un enfermizo color morado.

Su cabello caía frente a su rostro, endurecido por el frío. Miró a través de este a sus alrededores.

Las ruinas estaban congeladas. Patrones de hielo endurecido dibujados sobre los trozos de concreto rotos. No estaba oscuro, pero tampoco era de día. Se sentía en una especie de congelador y sin importar hacia donde mirara, no parecía haber escape.

No sabía dónde estaba, o por qué estaba allí. Un sentimiento de nostalgia y tristeza recorría su cuerpo. ¿Por qué sentía eso?

¿Qué había sucedido?

Si se quedaba allí se congelaría así que decidió ponerse de pie. Los pequeños escombros hiriendo las plantas de sus pies, pero el dolor de estas aparentemente no se comparaba al de su alma. Pues era casi nulo en comparación a la presión en su pecho.

Victoria

Un susurro del viento. Su nombre, sonaba ajeno a sus oídos en esa voz aterciopelada.

Victoria

Volvió a girarse.

El susurro parecía provenir de las ruinas de una edificación a unos metros. Pero sin importar lo lento que caminó llegó en menos tiempo del que esperaba.

Victoria.

A sus espaldas.

Los cuatro jóvenes traían ropaje blanco. Los detalles dorados de sus trajes se desgastaban con el hielo cubriéndolos.

Su piel estaba más blanca que como la había visto jamás y sus ojos no tenían color, ni vida.

Estaban arrodillados frente a ella con postura abatida y lágrimas secas en las pestañas.

—¡Soobin! ¡Kai! ¡Tae! ¡Gyu!—los sacudió con fuerza llamando a gritos sus nombres pero ninguno reaccionó. Todos con la mirada perdida en el horizonte.

No supo cuánto tiempo gritó y lloró cuando una palabra dejó sus labios secos y agrietados.

Es tu culpa—dijeron las voces a coro en un susurro.

Levantó su mirada nublada por las lágrimas hacia sus amigos y lo que vió la dejó más helada de lo que estaba.

De los ojos de sus amigos caían lágrimas de una tonalidad carmesí intensa. Eran densas y viscosas.

Estaban llorando.

Estaban llorando sangre.

Ella gritó y se cubrió la boca con las manos, horrorizada. Pero ellos no se inmutaban. Repetían lo mismo una y otra vez, sus rostros sin emoción alguna.

Es tu culpa.

Retrocedió hacía atrás arrastrándose por el suelo congelado sin importar el frío quemándole la piel. No sé alejó más de unos centímetros cuando tocó un algo húmedo el el suelo que le hizo girarse del susto

𝗔𝗣𝗢𝗖𝗔𝗟𝗜𝗣𝗦𝗜𝗦  | T᙭TWhere stories live. Discover now