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S O O BIN

No quería entrar.

Enserio no quería hacerlo.

Sabía lo que le esperaba adentro y precisamente por ello quería darse la vuelta y salir corriendo. 

Su madre le había ofrecido entrar con él, porque no lo había visto muy feliz desde que había empezado pero, ¿cómo podía pedirle a su mamá que lo llevara a la universidad? Más siendo ella la razón por la que no quería ir. 

No, su madre no había hecho nada malo. Pero malo era lo que le iba a pasar si se exponía de esa manera.

¡Mira! ¡Allí está! ¡El pepino!—oyó a lo lejos.

Sí, esa era su señal de que debía largarse.

Corrió por el callejón que siempre usaba de atajo para evitar a los demás estudiantes. 

Cortó por la cafeteria y corrió por las escaleras de servicio hasta llegar e la biblioteca de la universidad.

Entró rápidamente e hizo una reverencia rápida a la recepcionista. Pensó que si caminaba lo suficientemente rápido no lo detendría para una conversación, pero por supuesto, se había equivocado. Esa mujer siempre tenía algo para decir.

Soobin-shi—retiró sus gafas de lectura con una sonrisa creciendo en las comisuras de sus labios. Acto seguido se cruzó de brazos y se apoyó del mostrador de la recepción—Te ves radiante el día de hoy, ese color azul es perfecto para tí. Contrasta con tu piel.—asintió mientras comentaba. Su dedo señalando el atuendo del menor.

El más joven se regresó, dando pasos hacia atrás, fijándose en el sueter que su madre había elegido para el esa mañana.

—¿Usted dice?—pidió reafirmación con sus dedos acariciando el borde inferior de la prenda.

La mujer asintió, juguetendo con un mechon de su cabello negro con su dedo índice. Él chico de Ansan sonrió sin enseñar sus dientes, más bien dejando que sus hoyuelos protagonizaran la expresión.

—Pues... gracias—contestó tímido—Mi madre lo eligió.

—¡Oh la señora Choi! Por supuesto, por supuesto—exclamó con sorpresa—Un estilo muy impecable el de tu madre, como siempre.

‹‹Por supuesto›› pensó para sí mismo.

—Bueno...—sonrió comenzando a caminar para irse.

—De hecho...—comenzó la mujer con el dedo índice levantado.

El joven rodeó los ojos en su interior. Realmente quería que lo tragara la tierra.

—... oí al decano—habló en voz baja, doblando y estirando su puntiagudo dedo índice en señal de que quería que se acercara—...decir que quería hablar contigo. Algo sobre tu madre.

El chico de los hoyuelos asintió. No estaba muy seguro de qué podía ser aquello que quería hablar el decano pero se estaba haciendo una idea.

—Gracias, señora Song—sonrió por cortesía—Me aseguraré de visitar el despacho del decano antes de irme.

—Perfecto—la mujer sonrió, guiñándole un ojo de forma pícara—Saludos a tu madre.

—Se lo diré—aseguró y comenzó a caminar rápidamente en dirección a los grandes libreros que llenaban la biblioteca.

Se internó lo más posible en los pasillos del lugar para llegar al lugar más oculto que pudiera. Mientras se adentraba, buscaba con la mirada algún tomo interesante con el que pudiera entretenerse hasta que comenzara el primer período de clases.

𝗔𝗣𝗢𝗖𝗔𝗟𝗜𝗣𝗦𝗜𝗦  | T᙭TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora