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𝗬 𝗘 𝗢 𝗡 𝗝 𝗨 𝗡

La luz del sol se colaba por las largas cortinas grises.

No era de levantarse temprano pero la alarma de su molesto teléfono no parecía querer callarse. Aumentando su horrible dolor de cabeza.

Estaba boca abajo, por lo que sólo le bastó con estirar el brazo para apagar el recordatorio. Gracioso decirle así, pues no recordaba para que era.

El silencio no tardó en llegar, era interrumpido de forma bastante delicada por las pequeñas respiraciones acompasadas a su lado.

Pero él debía levantarse así que se sentó sobre la cama.

Arregló su cabello negro con una mano y se limpió las lagañas con la otra.

Iba a proceder a ponerse sus sandalias para bajar a desayunar, pero el suave tacto de unas manos sobre su espalda desnuda lo detuvieron.

Acariciaba de arriba abajo lentamente, levantando las yemas de los dedos para no hacerle daño con sus acrílicas rojas. Él siempre se preguntaba cómo las llevaba tan largas y aún así era capaz de mantenerlas impecables, pero así era ella, impecable.

Con sus manos tomó las de ella y rodeó su propio torso.

La joven se arrodilló en la cama y la abrazó por la espalda.

—Buenos días—susurró con su voz dulce y fina en su oído. Él sonrió.

—Buen día—contestó con voz grave mañanera.

Sentándose a su lado el se fijó en la camiseta de ACDC que le había robado la noche anterior para luego ponerse de pie lentamente, pasando su mano por detrás del cuello del joven en una caricia.

Luego comenzó a caminar alrededor de la habitación, recogiendo su ropa interior de encaje rojo y tomando sus stillettos del mismo color en el camino.

Él frunció el ceño.

—¿Ya te vas?

Cuando pareció encontrar su vestido de seda roja en la entrada de la habitación, se giró para asentir.

—Sí, no creo que a tú madre le guste compartir el desayuno con la chica con la que te acostaste el día anterior—tomó su cartera de la manija de la puerta y sacó un pequeño brillo de labios, del que se colocó antes de acercarse a él, acabando entre sus piernas con sus manos en los hombros del chico y las de él en su cintura.

—Tal vez tengas razón—concordó él, atrayéndola con los brazos—Pero eso podría cambiar si en vez de ser la chica con la que me acosté el día anterior, fueras mi novia—alzó una ceja.

La pelinegra viró los ojos y se apartó.

—Ya sabes lo que pienso de eso—caminó hasta el baño y frente al espejo se limpió el labial corrido y volvió a colocar sus pendientes en sus orejas.

Él soltó un bufido y se apoyó de sus antebrazos en el colchón.

—Si, si. No te gusta el compromiso, prefieres la independencia, quieres graduarte antes, bla bla bla...—se quejó él.

𝗔𝗣𝗢𝗖𝗔𝗟𝗜𝗣𝗦𝗜𝗦  | T᙭TWhere stories live. Discover now