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E    X    T    R    A

La diferencia de temperatura entre la vivienda y el bosque era abismal. Una vez sus pies descalzos tocaron el césped no pudo evitar estremecerse.

Trató de inhalar la mayor cantidad de aire posible para calmar la presión de su pecho, pero se sentía ahogado aún.

¿Cómo habían podido ser tan crueles?

Cada vez que pensaba en ellos se lo preguntaba. Por eso siempre perdía el control.

No creía en sí mismo como la persona más santa de todas, pero nadie merecía ser traicionado de tal manera. Siempre que contaba la historia terminaba lleno de cólera, casi expulsando humo por las orejas.

Trató de enfocarse en otra cosa, en los sonidos de los insectos o las goteras formadas en los pinos después de la lluvia. Pero era tal el dolor que su propio sufrimiento le causaba que ni siquiera la más tranquila u obscura noche—como lo era aquella—podría sacarlo de él.

Oyó sus pasos sobre el césped mojado antes de incluso oír su voz.

¡Yeonjun!—su voz estaba algo apagada, congestionada. ¿Se debía a haber llorado horas antes o había llorado por él?

—¡Vuelve a la casa!—exclamó sin pensar.

Al verla dar un salto en su lugar por el volumen solo pudo pasarse las manos por el cabello en frustración mientras le dedicaba una mirada arrepentida.

—¡Lo siento! ¡Lo siento!—gritó hacía el bosque.

Ella se apresuró a negar con la cabeza.

—Sé que no lo haces a propósito.—aseguró con voz suave—Está bien.

‹‹¿Cómo podría estar bien?›› pensó el chico.

—¡No! ¡No lo está!—exclamó en respuesta—¡Entra a la casa!

—No quiero dejarte solo—hizo ademán de acercarse pero el dió un paso hacia atrás bruscamente asustándola de nuevo.

—¡Y yo no quiero lastimarte! ¡Vete!—se giró hacia el bosque que los rodeaba y se dejó caer al suelo.

Con rabia comenzó a arrancar el césped del suelo, gruñendo enojado.

—¡Vete!—repitió entre dientes—¡Quiero que se detenga!—dejó su frente caer a la grama mojada mientras golpeaba los costados de su cabeza.

Victoria no tardó en ponerse en cuclillas en el suelo frente a él interponiendo sus manos para que el mayor no se hiciera daño.

Él la tomó de las muñecas y los alejó de sí bruscamente.

—¡No! ¡No quiero hacerte daño!—exclamó sin levantar la mirada. No podía verla, le avergonzaba su propio comportamiento.

Le ponía nervioso tener a otros cerca en medio de un ataque. Pues no sólo decía cosas hirientes sino también tenía reacciones fuertes y golpeaba cosas.

Cada vez que tenía un ataque salía a la terraza de su habitación y cerraba la puerta con llave para que nadie corriera el riesgo de ser herido por su ira.

No temía que Victoria estuviera cerca de él cuando estaba en ese estado como temía por otras personas, le aterraba de sobremanera. Pero a la vez se encontraba con este sentimiento de tranquilidad al tenerla cerca, que le hacía frente a su terror por lastimarla.

—No quiero que tú te hagas daño—en un susurro, la castaña sintió la necesidad de explicar sus acciones.

—¡D-déjame!—su voz sonó amortiguada por la posición en la que se encontraba y las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas calientes—Vete.

𝗔𝗣𝗢𝗖𝗔𝗟𝗜𝗣𝗦𝗜𝗦  | T᙭TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora