Capítulo IV

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Isla Kuraigana

Mihawk caminaba por aquel camino de tierra con Zoro en sus brazos. Este se encontraba todavía malherido, por lo que tuvo que ayudarlo para que caminara hacia el castillo.

Zoro estaba completamente avergonzado, y no era para menos, el mismo hombre que lo humilló y lo rescató de una prisión lo iba a llevar a su hogar para curarlo.

Mihawk abrió la gran puerta de su castillo y se adentró. Para su fortuna vivía solo, por lo que se ahorró explicaciones y mal entendidos.

Recostó a Zoro en el sillón con cuidado y fue al baño para buscar un botiquín de primeros auxilios. Este se sentó, y miró a su alrededor.

El salón del castillo contaba con dos sillones grandes que estaban paralelos el uno al otro, y al final, tres grandes estantes llenos de libros viejos. Un Den Den Mushi se encontraba descansando en la mesita al medio de los dos sillones.

Se recostó nuevamente cuando escuchó unos pasos bajar la escalera. Apareció Mihawk sin su habitual capa encima y con una cajita blanca en sus manos.

Se arrodilló al lado del sillón para quedar a la altura del abdomen del peliverde.

—No te muevas —. Mihawk colocó un algodón con alcohol en sus heridas, apretando en las más profundas para poder limpiar bien la sangre sobresaliente.

Zoro sentía como esa zona le ardía, pero prefirió no emitir ningún sonido para no llamar la atención y parecer débil. Pero no le sirvió de nada, Mihawk le había colocado un algodón más grande con alcohol en su pecho y eso lo hizo casi desvanecer.

—Dije que no te movieras.

—¡Es imposible no retorcerse con ese dolor!

Mihawk negó con la cabeza mientras seguía apretando la herida en su pecho, ahora a propósito.

Zoro soltaba gruñidos por la molestia, hasta que pasaron cinco minutos y no lo podía seguir soportando.

—¡Anciano, detente!

Mihawk apretó más fuerte la herida.

—Cuida tus palabras, mocoso. —Mihawk siguió limpiando sus heridas, sin hacer ni el menor caso a las protestas y súplicas del menor.

Tras cinco minutos, lo tomó con su brazo y dejó su abdomen apoyado en su hombro, haciendo que su cuello, brazos y cabeza quedarán colgando.

—Estoy herido, deberías tratarme con más cuidado —. Protestó indignado, sin recibir respuesta alguna.

Caminó y subió las escaleras hasta llegar a una habitación cercana a la suya. Contaba con una cama, un pequeño mueble al lado y un clóset abierto de color marrón.

En aquel clóset había un Den Den Mushi de color vino tinto, por lo que Zoro dedujo que era de Mihawk.

—Te quedarás aquí hasta que tus compañeros estén cerca. No salgas del castillo, no estoy de humor para ir a buscarte —. Tras decir eso, se fue sin esperar respuesta.

Zoro se recostó en la cama, quitándose su camisa sucia y tirándola a la esquina de la habitación.

Suspiró levemente, sintiendo como sus heridas ardían por las gotas de alcohol que todavía permanecían en su pecho.

Miró por la ventana. Estaba atardeciendo.

Por lo general, le gustaba mirar el atardecer de colores en su lugar de entrenamiento, y donde también hacía vigía en el Sunny. Pero en esta isla muerta el día era gris, la tarde casi negra y la noche más negra todavía.

El mejor espadachín -MiZoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora