Capítulo VIII

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Zoro se paralizó completamente al escuchar la voz de Mihawk a sus espaldas. Pestañeó fuertemente mientras se inclinó suavemente para mirarlo.

—¿Qué? —Inclinó nuevamente su cabeza al frente, dándole la espalda. Prefería mil veces que le viera el trasero que la parte de enfrente.

Éste se le acercó, causando que Zoro se pusiera mucho más nervioso de lo que ya estaba. Sólo se limitó en escuchar sus pasos detrás.

Luego sintió un dedo en su espalda, donde Shanks le había hecho una herida profunda y se tensó completamente por el contacto.

Sintió como su yema del dedo recorría todo la herida, provocando un escalofrío en todo su cuerpo.

Era la primera vez que Mihawk lo tocaba estando semidesnudo, por ello se sintió mucho más nervioso. Sumando lo que había -lamentablemente- escuchado anteriormente, un cosquilleo apareció en su abdomen.

Mihawk hundió suavemente su dedo en la casi invisible cicatriz, ocasionando que los músculos de su espalda se aflojaran suavemente, como si le estuviese dando un pequeño masaje.

Zoro se tranquilizó completamente tras ese toque, sorprendiéndolo por la reacción de su cuerpo y por la necesidad de sentir más ese toque.

Cerró sus ojos cuando sintió que la yema del dedo comenzó a moverse, aflojando nuevamente su espalda en un sentimiento de seguridad y tranquilidad.

Pasaron algunos segundos y aquella sensación de satisfacción se fue junto con la yema del dedo de Mihawk, y sintió nuevamente esa molestia de su entrenamiento sobre su espalda. Sólo se limitó a soltar un suspiro de desagrado.

—Tu herida no ha sanado completamente. —Zoro abrió sus ojos al escuchar la voz detrás. Inclinó nuevamente su cabeza al lado izquierdo, mirando los pies descalzos del mayor.

—No es que haya pasado mucho tiempo tampoco. Mañana no debería de haber marca. —Suspiró, sin quitar su mirada de la extremidad.

Mihawk miró toda su espalda formada, cada detalle, cada musculo, cada hueso sobresaliente, cada pelo claro que habitaba, cada lunar, y estaba seguro que quedaría completamente embobado si no hubiese quitado su mirada.

—Iré a dormir —. Zoro quitó su mirada del otro, dirigiéndose a su habitación en pasos lentos y suaves.

Mihawk no dijo nada y bajó las escaleras, yendo a preparar un té dulce para olvidar todo lo sucedido.

Tomó un libro del estante y se sentó en su sillón del comedor, cerrando sus ojos mientras tomaba un sorbo de su té. Miró aquel libro y se dispuso a leerlo donde lo había dejado algunas semanas atrás.

Mientras tanto, Zoro no podía dormir.

Estaba acostumbrado en apenas cerrar los ojos y adentrarse en un sueño profundo que solo el olor a cerveza podía sacarlo. Por lo que, cuando pasaban cinco minutos sin poder dormir, es porque era algo grave.

Se sentó en la cama y miró su pijama. No quería colocárselo, sentía que si lo hacía, aquella sensación de su dedo en la espalda desaparecería.

Miró el cielo a través de la ventana, y se frustró cuando no le permitía ver toda la noche estrellada.

Se colocó unos pantalones y se dirigió a la habitación de Mihawk para apreciar el cielo por su gran ventanal.

Sabía que él no estaba allí, ya que lo había escuchando en la cocina, por lo que fue sin temor alguno de ser pillado.

Abrió la puerta dejándola entreabierta, caminó hacia la cama para sentarse y disfrutar de la vista. No le importó lo que le dijera Mihawk, él quería tranquilidad, y quizás poder volver a sentir aquel dedo en su espalda sensible.

Recordó cada momento especial en su vida; cuando entró al dojo y conoció a Kuina y a su sensei, cuando conoció a Luffy y a los demás tripulantes, sus enfrentamientos con Mihawk, las horas de la cena en el Sunny, el sonido del mar. Todos aquellos pensamientos llenaron su corazón, haciendo que tontamente sonriera mirando el cielo. Habían pasado varios días sin ver a sus compañeros y comenzaba a extrañarlos un montón.

Se encontraba sentado en la cama en posición india, con un brazo apoyado en la barandilla del ventanal, cual sujetaba su cabeza, de espalda a la puerta.

Luego de varios y largos minutos, escuchó como unos pasos subían las escaleras y resonaban por el pasillo, pero no tenían las intenciones ni las ganas de irse.

Mihawk abrió la puerta y se sorprendió al ver la espalda de Zoro junto con su perfil pensativo mirando al cielo, no se esperaba encontrarlo en su cama sentado.

Se adentró a su habitación callado, y de espaldas a la puerta, la cerró, mirando embobado su espalda ligeramente encorvada. Algo había en él que comenzaba a generarle un cosquilleo en su interior.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Finalmente quitó su mirada de su dorso, para ver cómo había desordenado su cama al haberse sentado.

Quería sonar amenazante, serio y molesto como de costumbre, pero sus sentimientos le jugaron en contra, estaba contento de que Zoro se encontrase allí.

—Hay un bonito cielo, pero desde mi cuarto no se puede apreciar bien, por eso vine aquí.

Mihawk no dijo nada, solo caminó hacia su armario y se dispuso a cambiarse de ropa, sin importarle que el otro estuviese allí.

Se colocó un pantalón de pijama negro con dos líneas gruesas de color gris en los muslos, y para la parte de arriba escogió una camisa blanca de polar abierta, mostrando su pecho y abdomen formado.

Se quitó la daga y la colgó en el perchero, junto con su demás ropa.

Caminó hacia su cama, y se sentó de espaldas a Zoro, para poder quitarse los calcetines y unos pequeños protectores que frecuentaba usar para evitar que estos se caigan.

No sabía si debía acostarse y dormir, sentarse al lado y apreciar la vista, tocar su espalda nuevamente, o simplemente irse de la habitación.

Era la primera vez en años que alguien estaba en su cama, y a pesar de ser alguien mayor, no se le ocurría que acción tomar.

Colocó las palmas de sus manos sobre la cama y acercó más al otro, dejando una brecha de espacio entre los dos, para luego inclinarse y apoyar su cabeza en el hombro de Zoro.

Éste se sorprendió por el acto, no se lo esperaba. Tampoco le molestó, todo lo contrario, estaba esperando tranquilamente algún tipo de contacto nuevamente para sentir aquella tranquilidad.

Afirmó su cabeza en la de él, en un modo de paz para seguir mirando las estrellas, ahora sin pensamiento alguno, solo un extraño sentimiento de felicidad dentro de su pecho.

Cerraron sus ojos, y un sueño profundo se apoderaron de los dos.

El mejor espadachín -MiZoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora